domingo, 27 de noviembre de 2016

Entrada especial en contra de la Violencia de Género

Caminaba hacia mi clase. Ese día no me había dado tiempo a peinarme. Había salido tan rápido de mi casa que apenas me había dado tiempo a lavarme los dientes. Sin embargo, no me importaba, seguramente nadie se diese cuenta de mis pintas, ni siquiera de lo cansada que parecía tras una noche entera en vela. 

La noche anterior mi chico y yo nos peleamos. Nos gritamos por teléfono y nos dijimos cosas que no sentíamos. O por lo menos eso quería creer yo. Me sentía realmente culpable de aquella pelea. Si no hubiera hablado con mi compañero de clase, no se habría enfadado conmigo. No nos habríamos peleado si no hubiera usado mi teléfono, si no le hubiera cambiado la contraseña. Son tantas cosas que hice mal... Fue mi culpa, claro que sí. 

El pasillo se me estaba haciendo interminable. De repente me caí en mitad del pasillo. Rompí a llorar. El sentimiento de culpa era tan grande que no quería seguir estando alli. Me levanté, me di la vuelta y volví a casa. 

Allí estaba mi chico esperándome para "hablar". Me puso un café y me regaló una rosa. "Lo siento, amor, ayer te grité demasiado. No volverá a pasar" me dijo con esa mirada tan triste que me rompe el alma. "No te preocupes, no fue nada" dije yo sin siquiera pensar. "Quizás me merecía aquellos gritos" pensé de nuevo. 

A la mañana siguiente me levanté para ir al clase otra vez tarde. Hacía varios días que apenas dormía y llegaba tarde siempre a todos lados. No era capaz de despertarme cuando el despertador sonaba. 

Caminando por el mismo pasillo me encontré con el compañero de clase por el que me había peleado con mi chico. Me miró y se dirigía a mi cuando me di la vuelta y empecé a andar más rápido cada vez. Me alcanzó y me cogió del brazo. "No tienes porqué aguantar que te trate así. Anteayer pasé delante de tu casa y le oí gritarte por hablar conmigo. No tenía motivos para hacerlo. No le permitas volver a hacerlo" me dijo mientras me quitaba el pelo de la cara. Se agachó y me miró a los ojos, me sonrió y se fue. "Puedes confiar en mí" me gritó mientras se iba. 

A la hora del recreo mi chico fue a por mí y me pidió que fuera con él a casa. Me pidió que dejara las tres últimas clases y que le acompañara a casa. Yo, inocente de mí, le hice caso. Dejé apartadas mis últimas clases y le seguí hasta casa. Ninguno de los dos hablamos durante el camino, pero aún así, cuando me miraba le sonreía. Él ni siquiera se dignaba a corresponderme con una sonrisa. "¿Qué le pasaba?" pensaba para mí. 

Al llegar a casa me abrió la puerta y me invitó a pasar. Me condujo hasta nuestra habitación y me señaló toda la ropa sucia del suelo. "Recógela y pon una lavadora" me dijo de malas maneras y yo, tonta de mi, lo hice. No quería problemas. No quería otra pelea.

Cuando terminé le dije que todavía me daba tiempo a ir a la últimas dos clases y que necesitaba ir para entregar un trabajo. Me cogió del brazo y me empujó hacia el sofá. "No vas a ir a ningún lado" me gritó. "Estoy cansado de que te veas con ese payaso todos los días. Se ha acabado el ir a ese instituto". Le quise reprochar, decirle que tenía que ir, pero era tanto el miedo que me invadió al verle tan enfadado que me quedé callada allí sentada. 

Día tras día me iba consumiendo más. Ya no me dejaba ni salir a la tienda de la esquina para ir a comprar el pan. Quizás lo hiciera por mi bien, pero necesitaba que me diera el aire y salí a la calle. 

Andando, poco a poco llegué a la puerta del instituto. Mi subconsciente me llevó hasta allí. Sonó el timbre y ví a mis compañeros de clase salir. Me escondí para que no me vieran y me quedé mirándoles. Se les veía felices, descansados... Parecían no acordarse de mí. Hacía ya, por lo menos, un mes que no iba a clases. 

Cuando volvía a casa me encontré a mi chico gritando y pegándole patadas a la puerta. Fui a abrir la puerta con la llave y me empujó. "¿Dónde estabas, subnormal?" me gritó. "Llevo media hora llamando a la puerta". Le miré y me excusé, le dije que había salido a dar un paseo para despejarme y me metió en casa de una forma muy brusca. Entre gritos, me levantó la mano y me pegó. Me dió puñetazos en la cabeza tan fuertes como pudo. Llamaron al timbre muchas veces seguidas, pero él estaba tan ciego de rabia que no era capaz de darse cuenta. Los golpes seguían, cada vez eran más y más fuertes, acompañados por gritos e insultos. 

Abrieron la puerta, y corrieron hacia donde me encontraba. Le separaron de mí y le esposaron. Era la policía. Alguien los había llamado pero no lograba ver a quien. Poco a poco se me fueron cerrando los ojos y me quedé inconsciente. 

Me desperté unas cuantas horas después en el hospital. Estaban allí mis padres y algunos compañeros de clase. Estaban preocupados por mí. Les habían dicho que tenía algunas contusiones en las costillas y un derrame en el ojo derecho, pero nada peligroso. Por suerte, le pararon a tiempo. 

Ahora me sentía bien, segura, no tenía miedo por una vez en mucho tiempo. Había gente que me hablaba bien y me cuidaba allí, después de aquellos meses en los que no me habían dicho nada bonito. Me di cuenta de que nada había sido culpa mía. Había sido una víctima más de violencia. Una de tantas. Había logrado salir de ello, pero ¿Cuántas personas no pueden hacerlo?.





No es una historia real para mí. Pero podría decir con el 100% de certeza que seguro que hay muchos casos como este. Luchemos en contra de la violencia de género ya sean mujeres u hombres. Si este caso se parece al tuyo, llama al 016. Libérate. Te mereces una vida mejor.