martes, 10 de octubre de 2017

Siempre

Caminaba por el camino de arena, descalzo, sin pensar en las piedrecitas que se le clavaban en los pies. Yo le miraba caminar. Estaba completamente enamorada de él. Empezó a andar más rápido cada vez. Se giró como si sintiera que no le seguía y se paró en seco. Esperó hasta que llegué a donde él estaba. Sonrió. Me dedicó una de sus mejores sonrisas. A mí, que minutos antes le había gritado, que había descargado mucha ira contra él. Me besó la frente. “Te quiero” escuché que me decía en voz baja. “Lo siento” le dije yo en el mismo tono. Nos besamos y siguió andando. Me encantaba como hacía el tonto para mí, para que estuviera feliz. Entonces tropecé. Me caí al suelo y me quedé sentada, mirándole. Su mirada seguía siendo alegre. Se acercó a mí y me ofreció su mano. No podía evitar que me cayera, pero ese día supe, que siempre me iba a ayudar a levantarme, por mucho que a él le costase mantenerse en pie. 



martes, 11 de abril de 2017

Día 10

Me habían dado el alta esa misma mañana. Estaba preparada para irme de aquel hospital tan lúgubre. Tenía la ropa estirada encima de la cama. La noche anterior le había pedido a mi madre que me trajera unas mallas y una camiseta cualquiera. No le pedí el tipo de zapato, pero se supuso que quería unas deportivas cómodas y me trajo las de correr. Estaban nuevas, como si las acabasen de limpiar. La última vez que las vi estaban llenas de barro de una excursión al campo que había hecho con Daniel. 

Cuando salí de la habitación ya vestida, mi madre me puso una chaqueta encima de los hombros. Tenía algo de frío, así que se lo agradecí bastante. Le di las gracias y caminé detrás de ella para salir. Mi padre no estaba, seguramente estuviera abajo junto al coche. El hospital estaba lleno de gente, así que supuse que no había sitio y mi padre se había quedado esperando en doble fila. Cuando subí al ascensor para bajar a la planta principal vi que alguien entraba a la vez que nosotros, pero mi madre no pareció darse cuenta, por lo que supe que era un ente. Tenía cara de pena, estaba desapareciendo poco a poco según íbamos bajando. "Siempre me han gustado los ascensores". La voz sonó en mi cabeza como si me hubiera hablado directamente. Su aura me hablaba, tenía un color verde. Irradiaba esperanza. La cara de la mujer era de felicidad, me miró y me sonrió y terminó de desaparecer. "Sé que he muerto, solo quería bajar una vez más en ascensor, ahora me voy a reunir con mi familia" me dijo la voz, sonando muy parecida a un eco. Mi cara se ensombreció. En la tercera planta se subieron dos enfermeras. 

- Ha muerto la mujer de la cuarta planta - dijo la primera enfermera mirando su carpeta mientras anotaba algo. 
- Espero que descanse en paz, creo que para ella habría sido peor seguir viva, pobre mujer - la segunda miraba al frente mientras metía sus manos en su bata blanca. 
- Perdona, ¿de que mujer hablan? - No pude resistirme, mi madre me miró con una mueca de enfado pero en seguida la cambió y me miró extrañada por mi pregunta. 
- De una que estaba en la cuarta planta, estaba en coma y tenía quemaduras de tercer grado que estabamos tratando, pero hoy, al final... - La primera enfermera se colocó el boli en el bolsillo del pecho y me miró como sabiendo que iba a descifrar el final. 
- Sí, toda su familia se quemó en el incendio. Tenía un niño de 3 años y una niña de 5. Estaban en la cocina todos comiendo cuando algo estalló y no les dio tiempo a salir de la casa. Una tragedia.- la segunda enfermera se tocó el brazo izquierdo y se rascó ligeramente. 

Llegamos a la planta principal y las enfermeras salieron corriendo, les di las gracias por la información antes de que salieran y le pedí disculpas a mi madre que no dijo nada. Se limitó a sonreir y a cogerme del hombro para sacarme del ascensor. Llegamos al coche y allí estaba mi padre, como había pensado que estaría. Mirando el móvil en segunda fila. Subimos al coche y fuimos de camino a casa. Mis padres iban cantando una canción que sonaba en la radio de los años en los que se conocieron. No me gustaba esa emisora, pero me hacía gracia como coincidían en algunas canciones y las cantaban al unísono. 

Llegamos a casa y vi que Carlos estaba en la puerta. Mis padres pasaron por delante como si nada. Les pedí que me dejaran sola y me miraron con cara de aprobación, me dejaron las llaves y cerraron la puerta. Carlos y yo bajamos a la calle, paseamos hasta el campo que estaba al lado de mi casa sin decir nada. Me senté en una piedra grande. Me arrastraba la chaqueta que mi madre me había dado antes, así que la recogí y la arrugué a la altura de la cintura. Carlos se sentó a mi lado. 

- Diana, siento decirte que no puedo cuidaros a los dos, la chica que se hizo guardiana el otro día no puede hacerse cargo de ti y yo ya era guardián de Joel. Mariana, la jefa, me ha dicho que tiene que haber un guardián por cada persona con un don y de momento te tenemos desprotegida. Estuve a punto de desaparecer porque fallé en mi labor de manteneros a salvo a los dos... no puedo arriesgarme a dejaros desprotegidos. 
- Entonces tenemos que conseguir un guardián para mí, y ya está. 
- Es más complicado que eso, Diana. - Me cogió la mano, era la primera vez que me tocaba y me pareció un tacto muy translúcido. 
- No comprendo, hay muchas personas que se mueren, muchas personas que pueden convertirse en guardianes, ¿no? - Le pregunté con un tono de esperanza que llevaba mucho sin mostrar. 
- Ahí es donde llega la mala noticia. - hizo una pausa leve y se levantó - No cualquiera vale para ser guardián, y la persona que valdría sigue viva. Tiene que ser una persona con algún tipo de conexión contigo. Algo que la haga especial para ti. Pero no podemos hacer nada de momento.  
- Entonces yo... dependo de mí, eso quieres decir, ¿no?
- Sí. Joel y yo podemos ayudarte pero... - Hizo una pausa
- Cuando esté sola, estoy sola, nunca mejor dicho. 
- Exacto.

Avanzó un par de pasos y se giró. 

- Ahora tengo que irme. Suerte, Diana. 

Desapareció delante de mis ojos. Estaba sola, realmente sola. Volví a casa. Allí había alguien que podría cuidarme, aunque no fueran guardianes. Mis padres estaban preparando la comida cuando llegué. Olía muy bien a lasaña, mi segunda comida favorita. Llevaba sin comer lasaña cerca de un año, pero para celebrar mi vuelta a casa se la había pedido a mi madre. 



Eran las siete de la tarde, después de comer me había acostado y me había quedado dormida sin darme cuenta. El libro que estaba leyendo se había caído al suelo. Estaba aturdida, me dolía la cabeza. Me levanté, me puse las zapatillas y me dirigí al salón y antes de llegar escuché una voz que me aceleró el corazón. Era Daniel. Estaba en mi casa, no me había avisado. Era poco usual que viniera, pero estaba aquí. Me acerqué un poco más a la puerta para ver si podía averiguar de que estaban hablando, pero tuvieron que haberme oído, porque se callaron de inmediato. Dí un paso más y saludé. 

- ¿Qué tal la siesta? - me dijo Daniel con una media sonrisa. 
- Muy larga, demasiado - Dije frotándome los ojos. 

Me senté en el sofá y me puse a mirar el móvil que estaba cargando. Daniel se sentó a mi lado, suspiró y me miró. Mis padres se levantaron como si tuvieran un muelle debajo de ellos. Salieron por la puerta del salón, cogieron la correa del perro y las llaves y salieron por la puerta sin decir nada. Daniel me quitó el móvil y me miró a los ojos. 

- Pequeña, tengo algo que decirte. - Su cara no era una manifestación de felicidad precisamente. 
- Daniel, no me asustes, ¿qué pasa?- Mi voz tembló por un momento. 
- No es nada malo del todo. - Se acarició la barba y se rascó la mejilla suavem como hacía siempre que se ponía nervioso. 
- ¿Me lo vas a contar, o nos quedamos aquí dando rodeos? - sonó muy borde, pero nunca me habían gustado las malas noticias. 
- Han trasladado a mi padre a Sevilla y me voy con ellos. No creo que pueda venir durante una larga temporada. El dinero del traslado y de la fianza... No voy a poder pagar el tren. 
- Eres un estúpido, pensaba que era algo peor. No importa, iré yo. 
- ¿Estás segura? - Sus ojos se tornaron felices. 
- Pues claro, no siempre, pero seguro que puedo ir algún fin de semana. - mi voz no sonaba muy convincente, no sabía si iba a poder ir hasta allí con todo lo que estaba pasando últimamente, pero no podía decirle nada, solo desearle lo mejor.- ¿Cuando te vas?
- Esta misma noche. Mi padre empieza el trabajo mañana. 

Mi cara cambió totalmente. Me quedé petrificada. Hoy, se iba hoy. Me levanté del sofá y le levanté a él. Le di un abrazo y le sonreí. 

- Tengo que irme, me están esperando abajo. 
- Mucha suerte, cielo. 

Le di un beso en la frente, le prometí que nos veríamos pronto. Salió por la puerta. Se paró en el primer escalón y me miró sin decir nada. Bajó el segundo escalón, me hizo un gesto con la mano y se fue. Desde ese momento ya vi que sí me había quedado sola. Sola del todo.




Eran las 3 de la mañana. Le había pedido a Daniel que me avisara cuando llegara a Sevilla. Debería haber llegado hacía ya varias horas, pero no tenía noticias suyas. Seguramente se había quedado dormido al llegar. Miré el móvil. Estaba muy cansada, pero no podía dormir. Cuando solté el móvil empezó a vibrar. Me estaban llamando. Era su madre. Descolgé con el primer toque. 

- ¿Sí? - sabía quien era, pero tenía esa costumbre. 
- Soy yo, chiquita. Tenemos algo que contarte... 

Colgué el teléfono. Se me cayó al suelo y me senté en la cama. Empecé a llorar y mis padres encendieron la luz. Corrieron a mi lado y les conté la mala noticia. Daniel había muerto. Sus padres estaban en el hospital y él estaba muerto, esperando a que le incineraran. Daniel iba conduciendo cuando un coche vino de frente. Sus padres pudieron salvarse de milagro, pero él... Mis padres se vistieron en menos de 5 minutos, bajamos al coche y nos dirigimos al hospital. Esa misma mañana había salido de uno, y estaba a punto de meterme en otro. Ahí me di cuenta de que las muertes nunca vienen solas. 

Cuando llegamos estaba todo en silencio. Era lo normal a las horas que estábamos. Llegamos a la habitación donde estaban mis suegros. Ella no dejaba de llorar en la cama. Estaba sentada, tenía un collarín y un brazo escayolado. Su cara estaba completamente descompuesta y él... Él estaba ausente. En shock. No hablaba, no lloraba, parecía que ni siquiera respiraba. Me acerqué a ella y la abracé. Después me acerqué a él y le cogí la mano. De repente se le saltaron las lágrimas. Le miré bien. Su cara estaba llena de rasguños, tenía en la barbilla una raja con unos cuantos puntos. Tenía las dos piernas escayoladas y el hombro agarrado con un cabestrillo. Tenía muchos moratones por los hombros. Me alejé de ambos, me puse entre las dos camas y les pregunté donde podría encontrar a Daniel. Los dos me dijeron donde estaba. Llegué a la morgue y miré a mi alrededor y no vi a nadie, así que entré. Allí había muchos entes. Todos irradiaban auras completamente distintas. Solo algunas coincidían, eran grises, o de colores fríos. Habían muerto con cosas pendientes y seguirían siendo frías hasta que consiguieran su objetivo. Miré al fondo, había un aura muy brillante, blanca. Era muy fuerte. Me acerqué y vi que era Daniel. Se estaba mirando a sí mismo, tapado con una manta blanca. Cuando notó mi presencia me miró.

-¿Me ves? - su tono de sorpresa no me extrañó. 
- Sí, soy "especial" - hice un gesto con los dedos para seguir las comillas. 
- Un coche chocó de frente, me embistió, no me lo esperaba, yo... - Se echó las manos a la cara para tapársela mientras lloraba. 
- Tus padres están bien, si eso te consuela. - Fui a acariciarle, pero le atravesé. Sentí una punzada en el corazón y me abordaron las ganas de llorar, pero no lo hice. 
- ¿Crees que debería ir a verlos? - Me retiró la mirada para volver a mirarse.
- Creo que deberías darles una señal de que sigues aquí. No te puedo ayudar, pero quizás se te ocurra algo. Te espero en la habitación, después hablamos. 

Cuando llegué a la habitación, todo el mundo estaba más calmados. Mis padres estaban sentados en un sillón que había al lado de la cama de mi suegra. Estaba intentando consolarla y lo hacía bastante bien. Al cabo de un rato, la puerta empezó a abrirse y cerrarse suave, no hacía ruido, pero se notaba un poco de airecito. Mi suegra lo comprendió enseguida, me miró y me sonrió. Mi corazón me decía que tenía que contarles todo, aunque me habían dicho que guardara el secreto, así que lo hice. Los cuatro me escucharon mientras hablaba y no dejaban de mirarme. Todos aceptaron que era verdad así que Daniel me usó de intermediaria. Hablé por él durante un rato y después pedí que me dejaran descansar. Estaba empezando a sentirme mal y necesitaba parar a beber agua, o café. 

Salí de la habitación en busca de un café. Daniel me seguía. Me pedí un café aguado en la máquina. 

- Nunca te han gustado estos cafés - Daniel me tocó la mano, ese tacto translúcido volvió. 
- Ya lo sé, nunca, pero... lo necesito. 

Me senté en la silla que había al lado de la máquina. Llevaba allí, mirando el café cerca de diez minutos cuando se abrió el ascensor. Entraron Carlos y Joel. 

- Diana, Daniel, hola. - Joel tenía la cara triste, como era normal cuando muere alguien. 
- ¿Tú también? - Daniel miró a Joel incrédulo. 
- Sí, yo también. Tengo un don, como ella, te lo ha contado ¿no?
- Sí, me lo ha contado. 
- Hola, soy Carlos, encantado -  Carlos se presentó como cualquier persona y le ofreció la mano. Se estrecharon la mano y se rieron un poco nerviosos - Necesito hablar contigo - le hizo un gesto con la cara - A solas. 

Joel y yo nos quedamos mirándonos durante unos 10 minutos. Ninguno dijo nada. Joel comprendía mi dolor, y no quiso decir nada para no molestar. Volvieron Daniel y Carlos. Se me quedaron mirando y mi instinto me pidió ponerme de pie. 

- Ya tienes guardián, Diana - Carlos le puso la mano en el hombro a Daniel. 
- ¿Daniel va a ser mi guardián? - Sin querer sonreí como si estuviera loca. Me alegré de tener a alguien que cuidara de mi cuando me metiera en líos, y me alegré de saber que no le iba a perder del todo. Pero entonces me di cuenta de que iba a sufrir mucho por no poder volver a estar con él como una pareja normal. 

Volvimos a la habitación donde estaban sus padres y nos despedimos de ellos. Mis padres tenían que trabajar al día siguiente y no podían quedarse más. Les prometí que volvería a visitarles. Nos subimos al coche. Les pedí que me dejaran en mi nueva casa y así lo hicieron. Subí, detrás tenía a Daniel. Le miré con cara de pena. Le enseñé la casa y me dirigí a la cama. Me puse el pijama, dejé toda la ropa alrededor de la cama y me acosté. Había sido uno de los peores días de mi vida y tenía pinta de que el día no iba a mejorar, así que la mejor opción era dormir.

martes, 21 de marzo de 2017

DÍA 9

Estaba amaneciendo y entraba el sol por la ventana de al lado de mi cama de hospital. Llevaba despierta desde antes del amanecer. No había pasado muy bien la noche. Me dolía la cabeza por el golpe y no me daban calmantes desde una hora después de despertar del coma. Estaba muy cansada, pero aún así no era capaz de dormirme. Todos estaban dormidos alrededor de mí. Me dio bastante ternura verlos dormidos. El único que me vigilaba despierto era Carlos. Me observaba desde la puerta. Parecía que no pudiera entrar en la habitación. Entonces caí en la cuenta de que mientras dormía me habían cambiado de habitación y que ya no estábamos solos. A mi lado había una persona de unos 70 años. Estaba enganchada a más máquinas que yo, pero tenía buen aspecto. Cuando me fijé bien vi que era una mujer bastante guapa. Tenía el pelo canoso, pero no blanco. Su expresión era de paz y calma. Carlos la miraba al mismo tiempo que yo. Parecía que la conocía de algo y, por eso, no se atrevía a entrar en la habitación. Se dio la vuelta y desapareció.

Me senté en la cama intentando evitar que Daniel se despertara. Me asomé todo lo que pude a la puerta para saber si Joel seguía fuera, pero no le veía. Empecé a sentirme mareada, cansada. Mi estómago se revolvía cada vez más hasta tener ganas de dar arcadas. La falta de alimento me hacía que no pudiera vomitar, lo que lo hacía más desagradable todavía. Me quise levantar de la cama para ir al baño, pero al poner los pies fuera de la cama y ponerme en pie me desmayé. Estaba falta de fuerzas y mi cuerpo no era capaz de sostenerme. Joel entró corriendo como si hubiera sentido mi desmayo y me recolocó en la cama. Daniel se despertó y le ayudó a ponerme cómoda. Ni siquiera se miraron a los ojos. Se dieron las gracias mutuamente con la cabeza, y Joel abandonó la habitación.

Todo estaba empezando a ser un poco complicado para mí, pero esto me parecía más normal que la situación que había vivido dos noches atrás en la casa abandonada. Prefería ver estos enfrentamientos. Al menos eran de carne y hueso.

El sol entraba cada vez más por la ventana, hasta que la habitación quedó totalmente iluminada. Eran las 9 de la mañana y una enfermera entró en la habitación para ver como se encontraba la mujer mayor, pero ni siquiera se fijó en mí. Una hora después entró un médico e hizo lo mismo. Parecía invisible para ellos. Llamé a la enfermera con el botón que había encima de mi cama, pero nadie respondía. La mujer mayor se levantó de la cama y fue hacia el baño. Cuando volvió se sentó al lado de mi cama y se me quedó mirando.

- Pequeña, no lo sigas intentando - me dijo sonriéndome.

La miré fijamente, pero no dije nada. Su sonrisa ocultaba algo de malicia, o al menos eso parecía. No sabía quién era esa mujer, pero estaba segura de que ella si sabía quien era yo.

- Mira, sé que te piensas que estás completamente despierta, pero no es así. Estás en mis manos ahora mismo. Estás consciente e inconsciente al mismo tiempo. Entraste en un coma pero saliste de él como si fuera una habitación, y eso tiene sus consecuencias. Si no sabes moverte entre ambos mundos, te será muy dificil distinguirlos.

Miré a mi alrededor. Mi familia estaba mirándome como si siguiera dormida. Sus caras de preocupación eran muy oscuras. Borrosas. Apenas podía distinguirlos. Estaban comiendo, lo que supuse que era su desayuno. Miré a la anciana y me dispuse a preguntar cuando me cortó:

- ¿Que por qué puedo hablar contigo? - Me había leído la mente. - Mira, soy  más o menos como tú. No soy una guardiana, estoy viva como tú, pero tengo una habilidad, como habrás notado. Mi deber es enseñarte a moverte entre los dos mundos sin que te quedes mucho tiempo en este limbo tan incierto. Sé que verme así de mayor te da reparo para hablarme claro, pero como en este mundo no hay nada definido puedo cambiar mi forma si lo prefieres. Es una de las ventajas que tiene estar aquí.

Le asentí con la cabeza casi sin darme cuenta y de repente su cara y su cuerpo comenzaron a cambiar. Se había vuelto joven, más o menos de mi edad. Tenía una larga melena pelirroja, los ojos azules. Era bajita, como yo, pero tenía un cuerpo más definido, lo que la hacía parecer más alta.

- Así era yo de joven - Se miró a un espejo que había cerca de su cama.- que pena que los años pasen, ¿verdad?

La verdad es que ahora me resultaba más fácil poder hablar con ella. Se sentó a mi lado de la cama y me cogió de las manos. Me dio una perla negra.

- Este objeto es una señal del mundo real. Llévala siempre encima. Esta perla te guiará siempre en la oscuridad. Esta perla te trae hasta aquí, pero ahora tú tienes que ser lo suficientemente fuerte para despertar. Cuando estés aquí piensa en tu realidad, en tu vida, en tus cosas, en todo lo que sea completamente real. Así poco a poco podrás ir disipando este mundo y conseguirás despertar. - Se levantó de la cama y me miró desde la puerta de la habitación - Cuando estés en este mundo procura hablar lo menos posible con "fantasmas". - Se acercó a Carlos - Incluido este. Por lo menos hasta que sepas viajar entre un mundo y otro.

Se acercó a mí y me cerró el puño que sostenía la perla.

- Ahora despierta. Ya sabes como.

Empecé a pensar en mi realidad, en mi vida, en mis seres queridos y poco a poco vi como todo se iba disipando, incluida la mujer que había estado hablando conmigo. Cerré los ojos y cuando los abrí volvía a estar tumbada en la cama. Podía ver con facilidad a mi familia, comiendo tostadas. Podía oler el pan tostado y el zumo de naranja que estaban bebiendo.

- Mamá, quiero desayunar yo también.

Mi madre levantó la mirada. Su cara cambió totalmente y me sonreía desde la silla. Llamó a una enfermera, que vino corriendo a mi cama. Miré hacia la cama de la mujer mayor y la vi despierta, comiéndose su desayuno. Me miró y sonrió. Me guiñó un ojo y siguió con su desayuno.

Todo estaba empezando a parecer medio normal cuando sentí una vibración en mi espalda. Había tenido ese presentimiento muchas veces antes. ¿Qué pasaba ahora? 

Entró Carlos corriendo en la habitación, me miró con cara de asustado y, acto seguido entró Joel. Los dos a la vez empezaron a hablar y no pude escuchar bien a ninguno. Me llevé las manos a la cabeza como si me dolieran y ambos comprendieron que estaba abrumada. 

- Hay alguien que te necesita - Me dijo Carlos viendo que Joel no empezaba a hablar. 

Miré a mi alrededor, mi familia se había ido y no me había dado cuenta. Estaba tan cansada que tenia pequeñas lagunas. Les miré y me senté en la cama. 

- ¿Mi ayuda? - me puse la mano en el pecho sorprendida. Justo después miré a mis manos, como se conectaban a la máquina y a la bolsita de suero. - No creo que esté en condiciones de ayudar a nadie. 
- Sí, tu ayuda - Joel se acercó y se sentó en una silla que estaba al lado de mi cama - Hay una persona que está entre la vida y la muerte y, por lo que me ha dicho Carlos, puede que... Bueno, se vuelva de los malos, ya sabes.  - Me dio un codazo en la pierna que me colgaba de la cama. 
- Vale, ¿y qué hago yo? 
- Cuando pase, tienes que ir a su habitación y hablar con ella. - Carlos me miró con ternura - Verte a ti será menos traumático que verme a mi, o incluso a Joel. Tu aspecto de chica enferma ayuda - Se rió a carcajadas.- Le harás ver que está muerta y que debe unirse a nosotros. Mi superior me dice que tiene potencial y que la necesitamos ahora que tenemos dos personas para proteger. - Nos echó una mirada rápida a los dos y nos sentimos identificados con lo que había dicho. 
- Está bien, iré.  - dije mientras me ponía de pie y me sujetaba a la silla en la que estaba Joel sentado. - Pero antes, por favor, llamad a una enfermera para que me quite estos cables, estoy empezando a agobiarme - hice una pausa- y necesito comer algo sólido. 
- Hecho - Joel se levantó de la silla como si tuviera un muelle y salió rápido de la habitación. 



Llegó la noche, todos estaban durmiendo. Carlos entró en la habitación sigiloso, como si pudiera hacer ruido. Miré a la cama de al lado, la mujer estaba dormida. Se acercó lo suficiente a mi cama para que pudiera ver como hacía un gesto con la cabeza para que le siguiera. Me levanté de la cama con dificultad, me puse las zapatillas y la bata que tenía a los pies de mi cama y seguí a Carlos hasta la puerta de la habitación. Miré a ambos lados antes de salir del todo y le seguí por el largo pasillo. Llamó al ascensor, por lo que supuse que cambiábamos de planta. Cuando el ascensor se abrió salió una persona que tenía cara de preocupación. Quizás viniese de visita. Miré a Carlos para ver su cara y de momento supe que era un ente. 

- Espero que se de cuenta pronto - dijo entre susurros. 

Salimos del ascensor. La sala de espera era exactamente igual en todas las plantas. Miré los carteles para saber dónde estaba y leí que en uno ponía "PSIQUIATRÍA". Mi cara cambió por completo. Esa planta me ponía realmente nerviosa, pero Carlos puso su mano en mi hombro y me sonrió como si supiera en lo que estaba pensando. Andamos durante 2 minutos por el pasillo, pero a mi me parecieron 2 horas. Entonces Carlos se paró delante de una habitación a la que se le había caído el número de la puerta. Entramos en la habitación y había sólamente una persona, aunque hubiera dos camas. No veía nada extraño. Una persona dormida, en la cama tumbada, tapada con mantas. Carlos me hizo un gesto para que me acercara más. Cuando me acerqué pude verla mejor. Era una muchacha. Morena, con las pestañas eternamente largas. Llevaba el pelo revuelto, quizás de estar tantas horas tumbadas. Tenía la cara perfecta, sin imperfecciones apenas. Tenía los labios gruesos. Era bastante guapa. Miré a Carlos y me pidió que la despertara. Lo intenté pero no lo conseguí. Así que me di cuenta de que habíamos llegado muy justos de tiempo. Estaba muerta. La busqué por toda la habitación pero no la encontré. Entonces escuchamos el sonido de un grifo en el aseo. Abrimos la puerta y allí estaba, lavándose la cara. 

- ¿Quién eres?  - La chica se giró asustada y se apoyó en el lavabo. 
- Perdon por el intrusismo, soy Diana - Le dije ofreciéndole mi mano para estrecharla.
- Yo soy Abbie, pero nunca me ha gustado que me llamen así - Me dio la mano. 
- Lamentamos entrar así, pero tenemos algo que contarte - Miré a mi alrededor y no vi a Carlos. - Bueno, mejor dicho, tengo algo que contarte. 
- Te escucho entonces, no hay muchas personas que estén despiertas a estas horas, así que tienes que estar tan loca como yo - Me miró extrañada y se rió de repente - Que divertido. 

Le indiqué que me acompañara y fuimos hasta el patio de la primera planta. Estaba precioso, las plantas estaban completamente verdes y estaba todo muy limpio. Además, las farolas daban la luz justa para ver, pero no deslumbraban. 

- Mira - empecé a decir atragantada - No sé como decirte esto.  - Me senté en el primer banco que encontré y le indiqué con la mano que se sentara - Abbie, estás muerta. 

Me pareció, por su cara, que había sido demasiado directa. Entonces miró hacia arriba, buscando su habitación. 

- Es imposible - Me miró, y se miró las manos y los pies. - No soy transparente. 
- No tienes porqué ser transparente para estar muerta - Le dije entre risas. - Mira, has muerto y alguien ha considerado que eres una persona importante para proteger a personas con Dones. Sé que es mucho para asimilar. Pero principalmente, tienes que creer que estás muerta, ser consciente de ello y por eso me han enviado a mí. Pensaban que si te lo decía yo iba a ser más fácil de asimilar para ti, pero es la primera vez que hablo con alguien de esta manera. 
- Bueno, supongamos que te creo, ¿ahora que hago yo? - Me dijo gesticulando mucho con los brazos. 
- Pues no tengo ni idea, pero solo se me ocurre una forma de que me creas completamente, y es viéndote. Puede ser traumático, pero creo que es lo único que te hará darte cuenta de ello.

Volvimos a su habitación y la coloqué delante de su cama. Se acercó y se quitó las mantas de la cara para ver si era ella. Se llevó las manos al corazón. Le tocó el pelo a su cuerpo y siguió bajando hasta su cuello. Buscó su pulso pero no lo sintió. Me miró con cara de pena. Me acerqué a ella y la abracé. 

- No te preocupes, hay personas como yo que pueden verte. - Le susurré al oído - Te presentaré a Carlos. Él te ayudará a terminar de asimilar estas cosas y te entrenará para ser Guardiana. 
- Comprendo. 

Se quedó mirándose fijamente durante un minuto y medio, sin parpadear, sin moverse. Se giró hacia mí y me asintió con la cabeza. Llamé a Carlos para que entrara y Abbie se fue con él. Salí detrás de ellos. Abbie se paró en seco y me miró.

- ¿Qué van a hacer con mi cuerpo? - Me preguntó alzando la voz
- No lo sé - Le dije encogiendo los hombros. 
- Ojalá me encineren, siempre me ha gustado el fuego - me dijo entre risas. Se giró y siguió andando detrás de Carlos. 

Me dirigí al ascensor para bajar hasta mi planta y volver a meterme en la cama. Esperaba que todo fuese bien con Abbie. Me había caído bien. Llegué a mi cama y vi que seguían todos allí. No sabía como habían conseguido quedarse todos, pero no me importaba, hacían que me sintiera como en casa. Me acosté y me tapé los pies con la manta. Me quedé mirándolos fijamente y poco a poco me fui quedando dormida. El cansancio me podía.

jueves, 9 de marzo de 2017

DÍA 8

No sabía dónde estaba. Todo mi alrededor estaba completamente sumergido en la oscuridad. No escuchaba nada. Tenía esa sensación de oídos taponados que suelo tener cuando subo la ventanilla del coche demasiado rápido. Estaba muy asustada. Tenía la misma ropa que el día anterior, por lo que no había ido a casa a cambiarme. Empecé a andar en línea recta, pero no me chocaba con nada, cosa que me parecía bastante extraño teniendo en cuenta lo torpe que suelo ser siempre.
Intenté palpar paredes o algo que me hiciera pensar que estaba en alguna habitación a oscuras, pero no logré tocar nada. No había nada a mi alrededor. Me senté en el suelo. No veía ninguna opción mejor. Acerqué las rodillas a mi pecho e intenté recordar que había pasado la noche anterior y qué era lo que me había hecho estar en ese lugar tan extraño.

Tras más de veinte minutos pensando, no recordaba nada, excepto mi caída por las escaleras. Me había golpeado la cabeza al caer. No entendía nada. Me toqué la zona en la que debería tener el golpe y nada, ni siquiera me dolía. Cada vez estaba más confusa.

Llevaba allí sentada por lo menos una hora. Estaba realmente aburrida. De repente, oí algo. Una voz muy lejana. No lograba comprenderla muy bien.

- ¿Hay alguien ahí? - Grité en la nada.

No obtuve respuesta, así que volví a intentarlo. No podía oir bien lo que la voz me decía. Así que me levanté del suelo y empecé a andar hacia donde yo pensaba que estaba. La voz seguía estando demasiado lejos para entender lo que decía, pero se escuchaba algo más fuerte. Me estaba acercando. Sin embargo, me quedé clavada en el sitio. Estaba reconociendo la voz que me hablaba. No. Las voces. Eran dos y no me estaban hablando a mi. Eran Joel y Daniel. Los dos estaban peleándose, aunque no lograba saber porqué. Entonces las voces empezaron a hacerse cada vez más grandes, hasta el punto de que parecían dentro de mi cabeza. Empecé a comprender lo que decían:

- Diana está así por culpa tuya - Decía la voz de Daniel. - No debía haberse fiado de ti.
- Daniel, no lo entiendes - Joel parecía realmente preocupado. - Es muy complicado como para que lo entiendas, así que comprendo que pienses que la culpa es mía.

Se hizo un silencio de repente. Tan grande que parecía que me había quedado sorda.

- Joel, mi novia está en coma - Se oyó lejos, pero lo suficientemente fuerte como para que lo entendiera a la perfección.

Mi cara cambió completamente. Estaba en coma. Ahora la pregunta era ¿Cómo puedo salir de aquí?. Empecé a andar pero cada vez me sentía más y más cansada. No podía apenas respirar. Me volví a sentar en el suelo esperando que la fatiga durase solo un segundo, pero no. No paraba de hiperventilar. Por un momento me sentí al borde de la muerte. ¿Qué me estaba pasando?

Dejé de respirar, no podía escuchar nada y las lágrimas salían de mis ojos. Segundos después inspiré bruscamente y volví a respirar. Me dio la sensación de que había estado muerta por unos segundos. Me asusté. Tenía que salir de esta oscuridad antes de que me invadiera de verdad. 

Caminé durante horas buscando la manera de salir de ese estado en el que estaba, pero ya no oía voces. Ni las de ellos, ni las de las enfermeras que de vez en cuando podía distinguir de fondo. De repente oí una voz que me hablaba como un susurro. 

- Diana, puedes salir de esta. Sabes como. 

La voz me parecía bastante familiar, pero se escuchaba tan difusa que no pude saber de quien era. Empecé a pensar. Sabía como salir, decía. Entonces, de repente, me acordé de que siempre había sabido distinguir el color de las personas, por llamarlo de alguna forma. Pero mi habilidad real era caminar entre los dos mundos.

Miles de recuerdos llegaron a mi cabeza. Las pastillas que estaba tomando hacían que no pudiera contactar con el otro mundo. Cuando decidí dejar de tomarlas fue cuando empecé a ver a Carlos, así que todo encajaba. 

Me centré en conectar los dos mundos como cuando era pequeña y poco a poco la oscuridad se fue disipando. Segundos después estaba mi alma enfrente de la cama en la que me encontraba tumbada, enganchada a una máquina que controlaba mis pulsaciones. Miré a mi alrededor y vi a mis padres en el sillón que estaba al lado de la cama, mirándome, esperando a que algo sucediera. Joel estaba en el pasillo. Se le podía ver sentado en las sillas de enfrente. La puerta de la habitación estaba abierta por petición suya. Y, al lado de la cama, en una silla, cogido de mi mano, apoyado en la cama y dormido estaba Daniel. Estaban muy preocupados por mí por lo que podía ver. Era normal en cierto modo. 

Lo único que tenía que hacer era tocar la mano de mi cuerpo para poder volver en mí y despertar del coma, pero no sabía si estaba lista para hacerlo. Tenía la sensación de que me quedaba algo pendiente. Salí al pasillo y, al lado de Joel estaba Carlos, aunque estaba más translúcido que de costumbre. Parecía un fantasma de verdad.

- Carlos, ¿qué te pasa? - Dije mientras le tocaba el hombro. Era la primera vez que le tocaba yo. Fue una sensación extraña. 
- Cuando a uno de nuestros protegidos les pasa algo nos empezamos a hacer invisibles. Somos responsables de que estéis bien y si morís... 
- Desaparecéis - dije sentandome a su lado. 
- Exacto - Miró hacia mi cama. Desde donde él estaba sentado solamente se me podían ver los pies, tapados por una manta.

Le di un abrazo y le di las gracias por cuidar de mí. Volví a donde estaba la cama y acaricié el pelo de mi madre, que estaba apoyada en el respaldo del sillón. Se despertó como si me hubiese notado, hizo una vista general de la habitación y volvió a apoyarse en el respaldo para dormirse. Volví hacia la cama y toqué mi mano. Me desperté poco a poco, como si me despertase de un sueño, como si solamente hubiera estado dormida. Le solté la mano a Daniel y le acaricié la cabeza. Se despertó y me abrazó. Le hice un gesto con la cabeza para que fuera a por una enfermera, pero le pedí que fuera en silencio para no despertar a nadie. 

Se fue. Mi cuerpo estaba cansado, al igual que mi mente, así que cerré los ojos para esperar a que viniera la enfermera y me quedé dormida. 

lunes, 27 de febrero de 2017

DÍA 7

Llevaba ya cerca de una hora dando vueltas por la cocina. Me acababa de duchar y llevaba el pelo mojado. Me acerqué a la ventana y miré hacia la calle. La gente pasaba por delante de mi ventana ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor. Me senté en un taburete de la cocina y me quedé mirando hacia la nada. No dejaba de pensar en todo lo del día anterior. Estaba convencida de que tenía que hacer algo, pero no había recibido unas instrucciones muy precisas. Decidí pasar el día tranquila en casa, viendo películas, series, etc. Necesitaba desconectar por lo menos un rato de todo lo que me estaba pasando. Abrí mi ordenador portátil y lo encendí en busca de una película que recordaba que tenía guardada. No la encontraba, pero, a cambio, encontré una carpeta que no había puesto ahí. Una carpeta que ponía “IMPORTANTE”. La abrí para ver qué había dentro. Había un documento en el estaban escritos una serie de nombres.


Me levanté del sillón con el portátil y fui hacia mi dormitorio. Dejé el ordenador encima del escritorio y me percaté de que tenía una impresora. Imprimí la lista dos veces, con el fin de darle una a Joel. Las doblé y llamé a Joel.

-          ¿Sí? – dijo Joel al otro lado del teléfono.

-          Joel, soy yo, Diana, tengo algo que podría interesarte – Hice una breve pausa mientras buscaba las llaves en el bolso – Voy para tu casa, ¿estás allí?

-          Sí, estaba estudiando un poquillo – Me dijo riéndose a carcajadas.

-          Vale, pues deja lo que estés haciendo, estoy allí en menos de 5 minutos.


Llegué corriendo a su casa y le di la lista que había impreso para él. Se quedó mirándola en silencio durante un buen rato. Miró la lista y me miró a mí, y así durante 3 o 4 veces.

-          Diana, ¿dónde has encontrado esto? – Me dijo con un tono bastante preocupado.

-          Me lo he encontrado en una carpeta de mi ordenador. La verdad es que no tenía ni idea de que estaba ahí.

-          Me parece realmente interesante esta lista, pero no nos dice mucho, ¿no crees?

-          Bueno – Me quité los zapatos dejando ver mis calcetines de colores – Supongo que será importante. Quizás la haya dejado Carlos ahí. Ese hombre me sorprende cada día más.

-          No lo creo, la verdad. Pero bueno, de todas formas nos viene bien tenerla. Clara, Samuel y Elías están en la lista.

-          Sí, lo he leído. Tenemos que avisar a Carlos. Por cierto, ¿cómo le llamamos?

-          Nunca he tenido la necesidad de llamarle – Se puso muy pensativo y me negó con la cabeza.

De repente, sonó el timbre y ahí estaba, como si nos hubiese estado escuchando. Carlos estaba al otro lado de la puerta con una sonrisa y una bolsa de plástico del supermercado de al lado.

-          Hola chicos, ¿me llamabais? – Me quedé mirándole estupefacta.

-          Carlos, me asustas –Le dijo Joel riéndose.

-          A mí sí que me asustas – le dije yo con un tono algo cortante- ¿Cómo has conseguido esa bolsa? Y no me digas que has estado comprando, porque no te creo.

-          Por suerte – Me dijo mientras soltaba la bolsa encima de la mesa del salón – Tengo más contactos de los que pensáis, aunque los más importantes seáis vosotros – Me sonrió y sacó de la bolsa una caja de donuts.

-          ¿Me puedes explicar que significan estos nombres?

-          Joel, son nombres de los entes que queremos reclutar para ser guardianes. No son completamente malos, y saben de sobra que pertenecen ya al mundo de los muertos, aunque quieran intentar volver. Los que están en negrita son esos a los que hemos logrado convencer, y cómo podéis ver, Clara, Samuel y Elías no lo están.

-          Vale, genial – dije con un tono un tanto sarcástico – Entonces lo que tenemos que hacer es convencerles de que abandonen el “lado oscuro” – Me reí a carcajadas, pero ninguno me siguió.

-          Sí, podría decirse así – Carlos me ofreció un donut pero le dije que no con la cabeza – No tenías que haber encontrado la lista todavía, pero ya le dije yo a Lydia que era un poco arriesgado y que la acabarías encontrando.

-          ¿Quién es Lydia? No nos has hablado de ella – Joel se estaba comiendo un donut así que habló con la boca llena.

-          Es la mandamás de los Guardianes. Yo simplemente soy un mandado, chicos.

Me levanté y me dirigí a la puerta.

-          ¿Sabes dónde están ahora? – dije de una forma seria y contundente.

-          Sí, tienen su sede en la casa abandonada donde te raptaron, Diana. Por eso decidimos…

-          ¿Alejarme de mi casa? – dije dándome la vuelta.

-          Sí, más o menos. – Se acercó a mí – No queríamos que pudieran secuestrarte de nuevo y te llevaron a una casa en la que no te encontrasen.

-          Comprendo – Me senté en el sillón que había más cerca de la puerta. Miré a Joel y estaba comiéndose el último trozo de su donut.

Joel y yo nos quedamos solos. Carlos se había ido corriendo de repente, sin despedirse. Nos quedamos mirándonos y asentimos con la cabeza.

Salimos de su casa y nos dirigimos a la mía, pero fuimos todo el tiempo en silencio, serios, sin mirarnos a penas. Llegamos a mi casa y encendimos de nuevo el ordenador. Empezamos a registrarlo en busca de nuevas pistas pero no encontramos nada. Sabíamos lo que teníamos que hacer, pero no teníamos ni idea de cómo. Nos tiramos toda la tarde buscando en el ordenador pero no hubo resultados. Miré el reloj y me di cuenta de que aún estábamos a tiempo de ir a por el autobús para ir a la casa abandonada. Se lo propuse a Joel y me miró asustado.

-          ¿Qué pasa, Joel?

-          Nada, Diana – me dijo intentando esquivar mis miradas.

-          Te conozco, te pasa algo, cuéntamelo – insistí.

-          He tenido uno de mis sueños, ya sabes – Se estaba quitando algunos pelos cortitos y blancos de su camiseta negra.

-          ¿Qué has soñado? – Le pregunté sentándome enfrente de él.

-          He soñado que entrabas en la casa y mientras les buscabas, caías por las escaleras. Uno de ellos estaba arriba, así que deduzco que te empuja. Cuando me acerco a ti en el sueño ya es demasiado tarde. Te encuentro muerta en el suelo y… bueno, eso.

-          Joel, sé que tus sueños tienen que ver con el futuro y demás, pero escúchame, no va a pasar nada, porque una vez allí no nos vamos a separar. ¿Ok?

Me miró a los ojos y me asintió. Salimos corriendo para llegar a tiempo a la parada. Cuando llegamos no había nadie y nos pareció que ya se había ido porque habíamos llegado unos minutos tarde, pero segundos después llegó el autobús. Subimos y estaba completamente lleno, así que nos quedamos de pie cerca de una de las puertas. Cuando llegamos, nos bajamos corriendo y fuimos hacia la casa abandonada. Entramos juntos y no vimos a nadie. Tenía un aspecto totalmente diferente al de la última vez. Todos los muebles estaban rotos, el sofá tenía manchas que no lograba descifrar, las ventanas tenían las persianas rotas, y alguno de las losas del suelo estaban rotas. Nos dirigimos hacia la planta de arriba para ver si había alguien pero no encontrábamos a nadie. Nos acercamos a la habitación del fondo cuando empezamos a oír unas voces. No entendíamos lo que decían, pero se acercaban cada vez más. Corrimos a escondernos. Las voces se pararon enfrente de nuestro escondite y empezamos a distinguirlas. Aunque hablaban en un idioma que desconocíamos sabíamos muy bien que eran de Clara y Elías. Estaban hablando en un tono muy suave, como si su tranquilidad fuera inmensa.

Me desequilibré y me caí hacia la pared. Se hizo un agujero que armó un gran estruendo al romperse. Clara vino corriendo y nos descubrió. Antes de que pudiera acercarse, Joel me ayudó a levantarme y empezamos a correr. De repente, todas las salidas estaban cerradas, y la única puerta abierta que había era la de la terraza.

-          ¡Subamos! – Le dije a Joel mientras le tiraba del brazo.

-          No, Diana, las escaleras…

Le tiré del brazo más fuerte. El día anterior vi una tubería que aguantaría nuestro peso sin problemas. Empecé a subir las escaleras y noté como Joel tiraba fuerte de mi brazo. Alguien le estaba sujetando la pierna para que no se fuera, pero sólo veíamos una sombra muy oscura.

-          ¡Corre! – Joel me gritaba mientras era arrastrado hacia abajo.

Cuando terminé de subir por las escaleras me encontré con Samuel. Me estaba mirando cruzado de brazos.

-          ¿A dónde te crees que vas? – Me dijo entre risas – Tu amiguito y tú no vais a ningún lado hasta que no me digáis que estáis haciendo aquí.

Le miré y me giré para ver si podía bajar, pero al final de la escalera estaba Elías con un saco bastante oscuro que no me transmitía ninguna confianza. Forcejeé con Samuel, pero como era de esperar, consiguió ganarme y me precipité por las escaleras. Me di golpes en la espalda, en el brazo, en la pierna, y cuando ya pensaba que iba a llegar abajo sin ningún mal irreversible me golpeé la cabeza y me quedé inconsciente.

lunes, 20 de febrero de 2017

DÍA 6

Estaba leyendo un libro tumbada en mi cama nueva. Supuse iba a pasar peor la noche, pero la verdad es que dormí muy bien, como hacía tiempo que no había conseguido dormir. Suspiré fuerte, cerré el libro, lo puse encima de la mesita de noche que tenía a mi derecha y me senté al borde de la cama. Tenía que llamar a mi novio para contarle donde vivía ahora. Abrí mi armario y me di cuenta de que la ropa que yo pensaba que era mía no lo era. Era todo completamente nuevo. En cualquier otra ocasión me habría alegrado, pero ahora estaba realmente extrañada. Cogí un pantalón negro y una camiseta de manga corta que había doblada al lado y me los puse. Los pantalones eran estrechos, pero muy cómodos y la camiseta era como a mí me gustaba, ancha por todas partes. Me puse las deportivas que estaban a los pies de la cama y salí al pasillo. Me pareció raro oler a tostadas, pensaba que estaba sola. Me acerqué sigilosa a la cocina y cuando entré me encontré a Carlos haciéndome el desayuno. Ya estaba empezando a acostumbrarme a su presencia, aunque todavía tenía ciertos reparos. Le miré pero hice como si fuera una persona cualquiera y cogí una taza del mueble. Fui al frigorífico y vi que había suficiente leche para mí y cinco personas más durante una semana.


- Me dijo Joel que te gusta desayunar leche fría cuando hace calor, así que la he metido toda en el frigorífico – Me dijo Carlos riéndose.

- Una pregunta – me giré a él y me quedé parada con el brik de leche en la mano derecha y la taza en la izquierda - ¿Cómo es que puedes coger cosas? En teoría no…

- Venga hombre – me cortó – ¿tú te crees que me morí ayer? – me dijo en un tono sarcástico que por un momento odié – llevo muerto más de 100 años, lo que pasa que me sé adaptar a las nuevas generaciones – dijo mientras se reía.

- Vale, pero eso no me explica por qué puedes usarlo todo como una persona normal – me eché la leche en el vaso y me bebí un sorbo esperando su respuesta.

- Mira, nosotros, con el paso de los años nos vamos haciendo más fuertes, y es cierto que estamos muertos, pero nuestra fuerza nos permite coger cosas y usarlas. ¿Nunca has oído hablar de cosas que levitan y todo eso?

- Sí, por supuesto – dije dándole otro sorbo a la leche sola y fría.

- Pues ya está – se rio a carcajadas y me dio una tostada.

Me comí la tostada sin hacer más preguntas y recogí los platos para que todo se quedase limpio antes de salir. Me fui hasta la puerta y cogí mi mochila del perchero. La abrí, pesaba más de lo que recordaba y vi mi móvil nuevo dentro y las llaves de mi casa nueva. Demasiadas cosas nuevas. Salí a la calle y un escalofrío recorrió mi espalda. Algo malo estaba a punto de ocurrir.

Andando hacia la calle de mi novio pasé por un callejón que, para ser de día, estaba realmente oscuro. Las casas estaban tan cercas unas de las otras, que las vecinas podrían pasarse la sal sin necesidad de sacar el cuerpo por la ventana. Pensamientos parecidos me abordaron y no pude evitar reírme.

De repente sentí que alguien respiraba detrás de mí. Me giré exaltada y se me aceleró el corazón. Nadie. No había nadie. Cerré los ojos y me llevé la mano al corazón. Respiré fuerte y me volví a dar la vuelta. Algo más calmada pero sin dejar de estar alerta empecé a andar, cada vez más rápido para salir de esa calle lo antes posible. Cuanto más rápido iba más larga parecía la calle, y cada vez más estrecha. Me puse de lado para poder pasar. Las paredes se estaban cerrando a mi paso. Tenía que correr más. No podía moverme, no podía pasar, la calle se había cerrado de repente por delante y no podía volver por donde había venido. Me senté en el poco espacio que me quedaba y encogí las piernas hasta que casi me apretaban el pecho. Empecé a oír voces, gritos y llantos, así que me tapé los oídos y empecé a cantar una canción que me sabía de cuando era pequeña. Poco a poco esos ruidos desaparecieron, pero mi fuerza también se fue con ellos. No era capaz de levantarme así que me tuve que apoyar en la pared. Abrí mi mochila y cogí el móvil para ver si podía llamar a Joel. El móvil se había bloqueado y no era capaz de encenderlo.

Miré a ambos lados de la calle, aún apoyada en la pared. La calle estaba normal, como cuando había entrado en ella. Además, yo estaba casi en la salida. Una señora mayor pasó por mi lado y se me quedó mirando con cara de preocupación:

- ¿Estás bien chiquita? – me dijo tocándome el hombro.

- Sí, muchas gracias, señora.

Me separé de la pared y terminé de salir de la calle. Tenía un mal presentimiento, y esto que había pasado no lo mejoraba. Llegué a duras penas a casa de mi novio y llamé a su puerta. No había señales de que hubiera nadie, así que me esperé sentada en un banco que había cerca de su casa. Tras casi una hora esperando decidí llamarle. No respondía. Le llamé más de 10 veces y no me respondía. Empecé a temerme lo peor, así que llamé a toda su familia. Nadie respondía. Me asusté y el corazón empezó a golpearme el pecho muy fuerte. Subí las escaleras aprovechando que entraba un vecino y empecé a golpear la puerta. Escuché que algo sonaba dentro, como un metal cayendo al suelo. Mi corazón se aceleraba cada vez más. Me separé de la puerta y llamé a Joel. Tampoco respondía. ¿Qué estaba pasando? No podía más, la angustia de no saber que pasaba dentro de la casa me estaba ganando terreno. Empecé a golpear la puerta y a gritar. Con el ruido que estaba haciendo cualquier vecino habría salido, pero nadie salía. De repente sentí un golpe en la nuca y me desmayé.

Cuando me desperté estaba dentro de la casa de mi novio y él estaba allí mirándome con cara de preocupado.

- Diana, ¿estás bien? – me dio un vaso de agua y me puso varios cojines detrás de la cabeza. No era capaz de decir nada así que me limité a beber agua – Pequeña, ¿Qué te ha pasado? Cuando he llegado te he visto tirada en el portal.

- Te he llamado mil veces, ¿dónde estabas? – busqué mi mochila por la cama para enseñarle las llamadas.

- No he recibido ninguna llamada tuya – Me enseñó su móvil – Tengo tu número nuevo. Me dijo Joel que tienes móvil nuevo. Anda que me llamas para ir a comprarlo. – Se rio y me miró a los ojos. Me dio un beso en la frente y se levantó de mi lado.

- Daniel, ¿están bien tus padres? ¿Dónde están? – Me levanté y miré en todas las habitaciones de la casa.

- Diana, por favor, siéntate y relájate – me sentó empujándome de los hombros – Mis padres están bien, se acaban de ir. ¿Me puedes decir que te pasa?

- Nada, nada. No te preocupes, estoy cansada. ¿puedo dormir esta noche aquí?

Me vio, me miró y me asintió con la cabeza. Me volvió a dar un beso en la frente y se fue de mi lado. Sacó de un cajón unas zapatillas y un pijama y me lo dio. Me llevó a cuestas hasta el baño y me dejó allí.

- Necesitas relajarte – Me señaló el váter – siéntate ahí, te voy a preparar un baño.

Me senté y le miré fijamente mientras abría el grifo de la bañera. Nunca me había parado a mirarle tan fijamente. Su pelo no terminaba de ser moreno. A simple vista lo parecía, pero fijándome podía ver algunos destellos dorados en algunos de sus cabellos. Llevaba varios días sin afeitarse, pero le quedaba genial la barba. No veía sus ojos, pero sí podía intuir sus pestañas. Eran tan largas que siempre me daban envidia aunque yo las llevase pintadas. Se giró y me sonrió. Tenía la sonrisa más bonita que había visto nunca. Verle así me reconfortaba después de estos días tan extraños que estaba teniendo.

- Está templadita, espero que te guste así – me cogió de la mano y me hizo que tocara el agua. Estaba algo caliente de más, pero no me importaba.

Seguí observándole. Llevaba una camisa que me encantaba. Era oscura, de manga corta y de tela vaquera, le quedaba muy bien. Le echó algo al agua que hizo que oliera increíblemente bien y me hizo una señal para que me metiera en el agua. Se levantó del suelo y se fue del cuarto de baño cerrándome la puerta.

Tras el baño y una cena muy rica no pude evitar sentir que me pesaba el cuerpo, necesitaba dormir ya, así que me acosté en su cama y me tapé con las mantas. Le vi mirar el ordenador un rato, pero en seguida se me cerraron los ojos. No estaba del todo dormida, pero no podía mantener los ojos abiertos por mucho tiempo más. Sentí como Daniel se levantaba de la silla y venía a darme un beso. Abrió un hueco en las mantas y se echó a mi lado. Segundos después me quedé dormida. Era increíble el día que había tenido. Esto de los malos días estaba empezando a ser una norma en mi vida. Necesitaba descansar. Necesitaba desconectar durante algún tiempo. Necesitaba desaparecer.

lunes, 13 de febrero de 2017

DÍA 5



Me levanté algo aturdida, me dolía la cabeza y me sentía pesada. Apenas había dormido 3 horas esa noche pensando en lo que había pasado el día anterior. Recordaba que Carlos me había dicho que vendría así que me senté en el sillón que había a la derecha de la puerta del salón y encendí la televisión. Cogí mi móvil para mirar la hora que era y vi que era muy temprano. Me eché la manta por encima y me quedé dormida.



Un par de horas más tarde me despertó el frío. Se me había caído la manta y estaba completamente destapada. Me levanté para cerrar la ventana que estaba abierta enfrente de mí. Me asomé para ver si había alguien en la calle, pero no había nadie. 

Mientras me preparaba el desayuno pensaba en las personas que me habían rodeado en la casa abandonada. Dijeron que eran entes, pero eso no aclaraba nada. 

Llamaron a la puerta y supuse que era Carlos, así que abrí. Al otro lado de la puerta se encontraba él, mirándome con cara de alivio. Parecía otra persona. Estaba muy bien vestido. Llevaba pantalones de vestir negros y una camisa remangada. Ahora que le veía más atentamente, no aparentaba tanta edad como me había parecido en las veces anteriores. Quizás tuviera unos treinta años o así, lo único que delataba su edad eran las canas de la barba. Le sonreí y le invité a pasar. 

Me senté con mi tostada justo enfrente de donde él se había situado en mi salón y me quedé mirándole esperando a que empezase a hablar. Viendo que no hablaba me decidí a preguntarle yo:


-          Carlos, lo de ayer… ¿Qué pasó? ¿Quiénes eran esos chicos?
-          Eran Clara y Samuel, son “entes” – dijo haciendo las comillas con las manos.
-          Eso ya lo sé, me lo dijeron, pero ¿qué querían de mí? – dije soltando la tostada de un golpe. No estaba siendo nada claro.
-          Querían volver al mundo de los vivos a través de ti.
-          Creo que necesito que seas más explícito.
-          Mira, Diana, es una larga historia, así que empezaré por el principio – me dijo dándome la espalda – Nosotros somos seres inmateriales, es decir, no existimos físicamente en el mundo en el que tú existes. Existen dos tipos de entes, que es como aquí nos llamáis. Están los perdidos, que son los que piensan que siguen perteneciendo al mundo de los vivos y quieren volver a él; y luego estamos nosotros, que somos los guardianes de personas como tú.
-          ¿Personas cómo yo? – dije cortándole.
-          Sí, personas como tú, con una capacidad especial que permite conectar los dos mundos. No necesariamente tiene que ser la capacidad de hablar con los muertos, cualquier habilidad especial vale para conectar un mundo con otro.
-          Oh, vaya – me sorprendí bastante, pero puse cara de indiferencia y mordí un trozo de mi tostada que se estaba quedando fría.
-          Sigo – dijo Carlos haciendo una pausa – Estos entes murieron en causas extrañas y se piensan que fue una causa injusta, así que intentan volver a la vida a toda costa. Nosotros, los guardianes impedimos que eso ocurra porque sería muy peligroso para la humanidad algo así. Imagínate, muertos que vuelven a la vida. Todo cambiaría drásticamente.
-          Ya me imagino – volví a soltar la tostada, estaba fría del todo y se estaba poniendo dura. Me bebí un sorbo de mi café.
-          Al igual que ellos buscan que les ayudes a volver al mundo de los vivos, nosotros necesitamos que nos ayudes a contenerlos.
-          ¿Cómo puedo ayudar? 


Carlos se sentó a mi lado y el sofá no se hundió ni un milímetro. Me miró y me quitó el pelo de la cara. Estaba a punto de comerme un pelo, así que se lo agradecí.


-          Deberás mantenerte firme e impedirles que te utilicen – me dijo entre risas – Suena simple, pero te aseguro que no lo es.
-          Mantenerme firme, lo haré.
-          Sí, además, puede que en algún momento intenten conseguir sus objetivos a la fuerza, y te digo que lo van a intentar más de una vez – su rostro cambió y se volvió sombrío – A partir de ahora vas a estar entre los dos mundos, Diana, espero que estés preparada.
-          Supongo que nunca se está preparado para algo así.


Carlos me deseó suerte y se levantó de mi lado para irse. Me escribió una dirección en un post- it que tenía encima de la mesa y se fue. Miré el post – it y me di cuenta de que ponía también una hora: 18:15.

Eran ya las seis y diez y no veía a nadie en la dirección que Carlos me había dado. De camino había pensado en miles de opciones de por qué quería que estuviera allí. Era una calle muy concurrida, así que me pareció raro que me citara allí. Cuando dieron las seis y cuarto vi aparecer a Carlos de lejos con alguien más a quien no conseguía distinguir. Sabía que era Carlos por el aura que desprendía. Ya conseguía  distinguirlo del resto de las personas después de todo. Miré el móvil para que pareciera que no llevaba más de veinte minutos esperando allí y cuando levanté la vista se encontraban enfrente de mi Carlos y, para mi sorpresa, mi mejor amigo. Le miré y me reí.


-          Carlos, no me digas que conoces a Joel. ¿Cómo no me habías dicho nada? – dije con el tono de sorpresa más intenso que había puesto nunca.
-          Diana, Carlos me ha dicho que te encontraste el otro día con un grupo de perdidos – Joel me hablaba cómo si lo supiera todo desde hacía años.
-          A ver chicos, ahora más que nunca necesito que me escuchéis – dijo Carlos serio. No se atisbaba ni la más pequeña sonrisa en su cara. 


Joel y yo nos sentamos en el banco mirándonos como si nos estuviéramos hablando para no despertar sospechas entre la gente que nos rodeaba. Carlos se encontraba justo enfrente de nosotros. Ahora que me fijaba, Joel hoy venía arreglado. Nunca le había visto así de bien vestido. Llevaba unos pantalones vaqueros que parecían ser nuevos, unas botas de color mostaza y una camiseta negra tapada con una chaqueta negra y un pañuelo negro. Se había recortado un poco la barba y su pelo estaba tapado con un gorro negro. 


-          A ver, chicos, escuchadme – dijo Carlos interrumpiendo mis observaciones. Hice el amago de mirarle pero Joel me llamó la atención para que no lo hiciera.
-          Dinos, Carlos, que tenemos que hacer – dijo Joel mirándome a mí.
-          A partir de ahora tenéis que ayudaros mutuamente. Los perdidos van a ir a por vosotros ahora que saben que pueden utilizaros para volver. Tenéis que protegeros el uno al otro. Usad vuestras habilidades para hacerlo.
-          Pero yo sigo sin saber cuál es mi habilidad – dije yo algo sobresaltada.
-          Ya te irás dando cuenta con el paso del tiempo. Te aseguro que la tienes, Diana. La tienes desde que eras un bebé, pero aún no has podido desarrollarla – Carlos me tocó el hombro y sentí una seguridad que últimamente sentía muy pocas veces.
-          Diana, a cualquier cosa que te suceda llámame – Joel me dio unas llaves y me sonrió ampliamente – Carlos y yo te hemos conseguido un piso en esta calle para que estés más cerca de mi casa. Acudiré siempre que me necesites, estemos donde estemos.
-          Tú tendrás que hacer lo mismo – Carlos se dirigía a mí, esta vez no pude evitar mirarle – Vuestras habilidades se complementan y necesitáis estar juntos para impedir a los perdidos que entren en este mundo, ¿lo comprendéis? – Ahora Carlos se dirigía a Joel- Acompaña a Diana a su nueva casa.
-          Sí, lo haré – mi amigo me cogió del brazo y me levantó del banco en el que estábamos sentados – vamos Diana, te va a encantar.
-          Y recordad, nadie más puede saber esto – Carlos me miró a los ojos – Nadie – su mirada era seria así que supuse que era mi deber no contárselo a nadie. 


Llegamos a la casa que me habían dicho, era un primer piso. Era muy pequeña, pero lo suficientemente grande para una persona. Al entrar a la derecha había un mueble de madera, era negro y muy cuadrado, pero quedaba muy bien con la pared blanca y lisa. Detrás había un espejo en el que me podía ver entera. Justo enfrente había una puerta que llevaba a la cocina. Tenía el tamaño perfecto para mí y no había muebles demasiado altos. El frigorífico era blanco y algo pequeño, pero se veía que era nuevo. Lo abrí y estaba completamente lleno de comida. La cocina estaba decorada con muebles blancos y la encimera era de mármol negro. Era una cocina muy acogedora. Había una planta muy grande en una esquina en una maceta negra. Joel me llevó hasta el salón que estaba a la derecha de la cocina. La puerta al salón era de madera oscura, pero tenía unos cristales que dejaban pasar la luz. Entré y vi un sofá pequeñito negro y una mesita blanca justo enfrente. El mueble que sujetaba la televisión era entero negro y la televisión era de un tamaño perfecto para mí, ni muy grande ni muy pequeña. Todo parecía nuevo. Olía a nuevo. Fuimos hasta la habitación y ahí fue cuando me enamoré completamente del piso. La habitación estaba completamente decorada. Había una cama de matrimonio con una colcha clara pero bastante gordita. En el cabecero había lucecitas pequeñas que daban la luz perfecta para el dormitorio. A los lados había mesitas blancas, completamente cuadradas. Tenían un cajón y debajo un hueco que usaría para poner algunos libros. Al fondo había una ventana y un escritorio blanco con una silla. Encima del escritorio estaba mi ordenador portátil. No comprendía como lo habían sacado de mi casa sin darme cuenta, pero allí estaba. A la derecha del dormitorio había un espejo que podría mover. A la izquierda un armario lo suficientemente grande para toda mi ropa. El suelo estaba cubierto por una alfombra que ocupaba toda la habitación. Era bastante suave y calentita. Podría andar descalza por toda la habitación. La simple idea me encantaba. 

Finalmente, al fondo del pasillo estaba el baño. Era todo blanco y tenía bañera. El váter estaba al lado del lavabo. Había un espejo bastante grande encima del lavabo y una pequeña estantería al lado de la bañera. La estantería ya estaba llena de toallas y de todas mis cosas del cuarto de baño. De nuevo, no entendía que hacían mis cosas allí, pero no le di importancia. Las toallas eran de colores, lo que hacía que me encantase cada vez más el cuarto de baño. Además, olía a frutas, era un olor dulce y fresco.


-          Espero que te guste tu nuevo piso – me dijo Joel con una sonrisa en la cara.

Le sonreí y le di un abrazo. Acto seguido me dio una caja de regalo. 


-          Esto te va a hacer falta, ábrelo.


Era un teléfono móvil, le miré y me negó con la cabeza. 

-          No te lo he regalado yo, eso ha sido de parte de Carlos, no sé cómo lo hizo, pero me dio el dinero justo para que te lo comprara. Ahora, me voy. Te dejo aquí para que descanses. En el móvil ya tienes mi número registrado y en la marcación rápida. También tienes el número de tu novio para contarle donde vives si quieres. Acuérdate – me dijo mirándome a los ojos – puedes decirle que te has mudado, pero no le digas nada de esto, ¿vale?
-          Vale, muchas gracias por todo.

Joel abrió la puerta de la salida, me hizo un gesto con la mano y se fue. Cerré la puerta y me fui a mi nueva habitación. Abrí el armario y vi que toda mi ropa estaba allí. Me dio la risa nerviosa y me acerqué al ordenador. Lo encendí y puse una película. Me puse el pijama y me acosté en la cama. Estaba tan cansada que no me dio tiempo a ver siquiera el principio de la película.

Una casa nueva, un dormitorio nuevo... Demasiado que asimilar