lunes, 27 de febrero de 2017

DÍA 7

Llevaba ya cerca de una hora dando vueltas por la cocina. Me acababa de duchar y llevaba el pelo mojado. Me acerqué a la ventana y miré hacia la calle. La gente pasaba por delante de mi ventana ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor. Me senté en un taburete de la cocina y me quedé mirando hacia la nada. No dejaba de pensar en todo lo del día anterior. Estaba convencida de que tenía que hacer algo, pero no había recibido unas instrucciones muy precisas. Decidí pasar el día tranquila en casa, viendo películas, series, etc. Necesitaba desconectar por lo menos un rato de todo lo que me estaba pasando. Abrí mi ordenador portátil y lo encendí en busca de una película que recordaba que tenía guardada. No la encontraba, pero, a cambio, encontré una carpeta que no había puesto ahí. Una carpeta que ponía “IMPORTANTE”. La abrí para ver qué había dentro. Había un documento en el estaban escritos una serie de nombres.


Me levanté del sillón con el portátil y fui hacia mi dormitorio. Dejé el ordenador encima del escritorio y me percaté de que tenía una impresora. Imprimí la lista dos veces, con el fin de darle una a Joel. Las doblé y llamé a Joel.

-          ¿Sí? – dijo Joel al otro lado del teléfono.

-          Joel, soy yo, Diana, tengo algo que podría interesarte – Hice una breve pausa mientras buscaba las llaves en el bolso – Voy para tu casa, ¿estás allí?

-          Sí, estaba estudiando un poquillo – Me dijo riéndose a carcajadas.

-          Vale, pues deja lo que estés haciendo, estoy allí en menos de 5 minutos.


Llegué corriendo a su casa y le di la lista que había impreso para él. Se quedó mirándola en silencio durante un buen rato. Miró la lista y me miró a mí, y así durante 3 o 4 veces.

-          Diana, ¿dónde has encontrado esto? – Me dijo con un tono bastante preocupado.

-          Me lo he encontrado en una carpeta de mi ordenador. La verdad es que no tenía ni idea de que estaba ahí.

-          Me parece realmente interesante esta lista, pero no nos dice mucho, ¿no crees?

-          Bueno – Me quité los zapatos dejando ver mis calcetines de colores – Supongo que será importante. Quizás la haya dejado Carlos ahí. Ese hombre me sorprende cada día más.

-          No lo creo, la verdad. Pero bueno, de todas formas nos viene bien tenerla. Clara, Samuel y Elías están en la lista.

-          Sí, lo he leído. Tenemos que avisar a Carlos. Por cierto, ¿cómo le llamamos?

-          Nunca he tenido la necesidad de llamarle – Se puso muy pensativo y me negó con la cabeza.

De repente, sonó el timbre y ahí estaba, como si nos hubiese estado escuchando. Carlos estaba al otro lado de la puerta con una sonrisa y una bolsa de plástico del supermercado de al lado.

-          Hola chicos, ¿me llamabais? – Me quedé mirándole estupefacta.

-          Carlos, me asustas –Le dijo Joel riéndose.

-          A mí sí que me asustas – le dije yo con un tono algo cortante- ¿Cómo has conseguido esa bolsa? Y no me digas que has estado comprando, porque no te creo.

-          Por suerte – Me dijo mientras soltaba la bolsa encima de la mesa del salón – Tengo más contactos de los que pensáis, aunque los más importantes seáis vosotros – Me sonrió y sacó de la bolsa una caja de donuts.

-          ¿Me puedes explicar que significan estos nombres?

-          Joel, son nombres de los entes que queremos reclutar para ser guardianes. No son completamente malos, y saben de sobra que pertenecen ya al mundo de los muertos, aunque quieran intentar volver. Los que están en negrita son esos a los que hemos logrado convencer, y cómo podéis ver, Clara, Samuel y Elías no lo están.

-          Vale, genial – dije con un tono un tanto sarcástico – Entonces lo que tenemos que hacer es convencerles de que abandonen el “lado oscuro” – Me reí a carcajadas, pero ninguno me siguió.

-          Sí, podría decirse así – Carlos me ofreció un donut pero le dije que no con la cabeza – No tenías que haber encontrado la lista todavía, pero ya le dije yo a Lydia que era un poco arriesgado y que la acabarías encontrando.

-          ¿Quién es Lydia? No nos has hablado de ella – Joel se estaba comiendo un donut así que habló con la boca llena.

-          Es la mandamás de los Guardianes. Yo simplemente soy un mandado, chicos.

Me levanté y me dirigí a la puerta.

-          ¿Sabes dónde están ahora? – dije de una forma seria y contundente.

-          Sí, tienen su sede en la casa abandonada donde te raptaron, Diana. Por eso decidimos…

-          ¿Alejarme de mi casa? – dije dándome la vuelta.

-          Sí, más o menos. – Se acercó a mí – No queríamos que pudieran secuestrarte de nuevo y te llevaron a una casa en la que no te encontrasen.

-          Comprendo – Me senté en el sillón que había más cerca de la puerta. Miré a Joel y estaba comiéndose el último trozo de su donut.

Joel y yo nos quedamos solos. Carlos se había ido corriendo de repente, sin despedirse. Nos quedamos mirándonos y asentimos con la cabeza.

Salimos de su casa y nos dirigimos a la mía, pero fuimos todo el tiempo en silencio, serios, sin mirarnos a penas. Llegamos a mi casa y encendimos de nuevo el ordenador. Empezamos a registrarlo en busca de nuevas pistas pero no encontramos nada. Sabíamos lo que teníamos que hacer, pero no teníamos ni idea de cómo. Nos tiramos toda la tarde buscando en el ordenador pero no hubo resultados. Miré el reloj y me di cuenta de que aún estábamos a tiempo de ir a por el autobús para ir a la casa abandonada. Se lo propuse a Joel y me miró asustado.

-          ¿Qué pasa, Joel?

-          Nada, Diana – me dijo intentando esquivar mis miradas.

-          Te conozco, te pasa algo, cuéntamelo – insistí.

-          He tenido uno de mis sueños, ya sabes – Se estaba quitando algunos pelos cortitos y blancos de su camiseta negra.

-          ¿Qué has soñado? – Le pregunté sentándome enfrente de él.

-          He soñado que entrabas en la casa y mientras les buscabas, caías por las escaleras. Uno de ellos estaba arriba, así que deduzco que te empuja. Cuando me acerco a ti en el sueño ya es demasiado tarde. Te encuentro muerta en el suelo y… bueno, eso.

-          Joel, sé que tus sueños tienen que ver con el futuro y demás, pero escúchame, no va a pasar nada, porque una vez allí no nos vamos a separar. ¿Ok?

Me miró a los ojos y me asintió. Salimos corriendo para llegar a tiempo a la parada. Cuando llegamos no había nadie y nos pareció que ya se había ido porque habíamos llegado unos minutos tarde, pero segundos después llegó el autobús. Subimos y estaba completamente lleno, así que nos quedamos de pie cerca de una de las puertas. Cuando llegamos, nos bajamos corriendo y fuimos hacia la casa abandonada. Entramos juntos y no vimos a nadie. Tenía un aspecto totalmente diferente al de la última vez. Todos los muebles estaban rotos, el sofá tenía manchas que no lograba descifrar, las ventanas tenían las persianas rotas, y alguno de las losas del suelo estaban rotas. Nos dirigimos hacia la planta de arriba para ver si había alguien pero no encontrábamos a nadie. Nos acercamos a la habitación del fondo cuando empezamos a oír unas voces. No entendíamos lo que decían, pero se acercaban cada vez más. Corrimos a escondernos. Las voces se pararon enfrente de nuestro escondite y empezamos a distinguirlas. Aunque hablaban en un idioma que desconocíamos sabíamos muy bien que eran de Clara y Elías. Estaban hablando en un tono muy suave, como si su tranquilidad fuera inmensa.

Me desequilibré y me caí hacia la pared. Se hizo un agujero que armó un gran estruendo al romperse. Clara vino corriendo y nos descubrió. Antes de que pudiera acercarse, Joel me ayudó a levantarme y empezamos a correr. De repente, todas las salidas estaban cerradas, y la única puerta abierta que había era la de la terraza.

-          ¡Subamos! – Le dije a Joel mientras le tiraba del brazo.

-          No, Diana, las escaleras…

Le tiré del brazo más fuerte. El día anterior vi una tubería que aguantaría nuestro peso sin problemas. Empecé a subir las escaleras y noté como Joel tiraba fuerte de mi brazo. Alguien le estaba sujetando la pierna para que no se fuera, pero sólo veíamos una sombra muy oscura.

-          ¡Corre! – Joel me gritaba mientras era arrastrado hacia abajo.

Cuando terminé de subir por las escaleras me encontré con Samuel. Me estaba mirando cruzado de brazos.

-          ¿A dónde te crees que vas? – Me dijo entre risas – Tu amiguito y tú no vais a ningún lado hasta que no me digáis que estáis haciendo aquí.

Le miré y me giré para ver si podía bajar, pero al final de la escalera estaba Elías con un saco bastante oscuro que no me transmitía ninguna confianza. Forcejeé con Samuel, pero como era de esperar, consiguió ganarme y me precipité por las escaleras. Me di golpes en la espalda, en el brazo, en la pierna, y cuando ya pensaba que iba a llegar abajo sin ningún mal irreversible me golpeé la cabeza y me quedé inconsciente.

lunes, 20 de febrero de 2017

DÍA 6

Estaba leyendo un libro tumbada en mi cama nueva. Supuse iba a pasar peor la noche, pero la verdad es que dormí muy bien, como hacía tiempo que no había conseguido dormir. Suspiré fuerte, cerré el libro, lo puse encima de la mesita de noche que tenía a mi derecha y me senté al borde de la cama. Tenía que llamar a mi novio para contarle donde vivía ahora. Abrí mi armario y me di cuenta de que la ropa que yo pensaba que era mía no lo era. Era todo completamente nuevo. En cualquier otra ocasión me habría alegrado, pero ahora estaba realmente extrañada. Cogí un pantalón negro y una camiseta de manga corta que había doblada al lado y me los puse. Los pantalones eran estrechos, pero muy cómodos y la camiseta era como a mí me gustaba, ancha por todas partes. Me puse las deportivas que estaban a los pies de la cama y salí al pasillo. Me pareció raro oler a tostadas, pensaba que estaba sola. Me acerqué sigilosa a la cocina y cuando entré me encontré a Carlos haciéndome el desayuno. Ya estaba empezando a acostumbrarme a su presencia, aunque todavía tenía ciertos reparos. Le miré pero hice como si fuera una persona cualquiera y cogí una taza del mueble. Fui al frigorífico y vi que había suficiente leche para mí y cinco personas más durante una semana.


- Me dijo Joel que te gusta desayunar leche fría cuando hace calor, así que la he metido toda en el frigorífico – Me dijo Carlos riéndose.

- Una pregunta – me giré a él y me quedé parada con el brik de leche en la mano derecha y la taza en la izquierda - ¿Cómo es que puedes coger cosas? En teoría no…

- Venga hombre – me cortó – ¿tú te crees que me morí ayer? – me dijo en un tono sarcástico que por un momento odié – llevo muerto más de 100 años, lo que pasa que me sé adaptar a las nuevas generaciones – dijo mientras se reía.

- Vale, pero eso no me explica por qué puedes usarlo todo como una persona normal – me eché la leche en el vaso y me bebí un sorbo esperando su respuesta.

- Mira, nosotros, con el paso de los años nos vamos haciendo más fuertes, y es cierto que estamos muertos, pero nuestra fuerza nos permite coger cosas y usarlas. ¿Nunca has oído hablar de cosas que levitan y todo eso?

- Sí, por supuesto – dije dándole otro sorbo a la leche sola y fría.

- Pues ya está – se rio a carcajadas y me dio una tostada.

Me comí la tostada sin hacer más preguntas y recogí los platos para que todo se quedase limpio antes de salir. Me fui hasta la puerta y cogí mi mochila del perchero. La abrí, pesaba más de lo que recordaba y vi mi móvil nuevo dentro y las llaves de mi casa nueva. Demasiadas cosas nuevas. Salí a la calle y un escalofrío recorrió mi espalda. Algo malo estaba a punto de ocurrir.

Andando hacia la calle de mi novio pasé por un callejón que, para ser de día, estaba realmente oscuro. Las casas estaban tan cercas unas de las otras, que las vecinas podrían pasarse la sal sin necesidad de sacar el cuerpo por la ventana. Pensamientos parecidos me abordaron y no pude evitar reírme.

De repente sentí que alguien respiraba detrás de mí. Me giré exaltada y se me aceleró el corazón. Nadie. No había nadie. Cerré los ojos y me llevé la mano al corazón. Respiré fuerte y me volví a dar la vuelta. Algo más calmada pero sin dejar de estar alerta empecé a andar, cada vez más rápido para salir de esa calle lo antes posible. Cuanto más rápido iba más larga parecía la calle, y cada vez más estrecha. Me puse de lado para poder pasar. Las paredes se estaban cerrando a mi paso. Tenía que correr más. No podía moverme, no podía pasar, la calle se había cerrado de repente por delante y no podía volver por donde había venido. Me senté en el poco espacio que me quedaba y encogí las piernas hasta que casi me apretaban el pecho. Empecé a oír voces, gritos y llantos, así que me tapé los oídos y empecé a cantar una canción que me sabía de cuando era pequeña. Poco a poco esos ruidos desaparecieron, pero mi fuerza también se fue con ellos. No era capaz de levantarme así que me tuve que apoyar en la pared. Abrí mi mochila y cogí el móvil para ver si podía llamar a Joel. El móvil se había bloqueado y no era capaz de encenderlo.

Miré a ambos lados de la calle, aún apoyada en la pared. La calle estaba normal, como cuando había entrado en ella. Además, yo estaba casi en la salida. Una señora mayor pasó por mi lado y se me quedó mirando con cara de preocupación:

- ¿Estás bien chiquita? – me dijo tocándome el hombro.

- Sí, muchas gracias, señora.

Me separé de la pared y terminé de salir de la calle. Tenía un mal presentimiento, y esto que había pasado no lo mejoraba. Llegué a duras penas a casa de mi novio y llamé a su puerta. No había señales de que hubiera nadie, así que me esperé sentada en un banco que había cerca de su casa. Tras casi una hora esperando decidí llamarle. No respondía. Le llamé más de 10 veces y no me respondía. Empecé a temerme lo peor, así que llamé a toda su familia. Nadie respondía. Me asusté y el corazón empezó a golpearme el pecho muy fuerte. Subí las escaleras aprovechando que entraba un vecino y empecé a golpear la puerta. Escuché que algo sonaba dentro, como un metal cayendo al suelo. Mi corazón se aceleraba cada vez más. Me separé de la puerta y llamé a Joel. Tampoco respondía. ¿Qué estaba pasando? No podía más, la angustia de no saber que pasaba dentro de la casa me estaba ganando terreno. Empecé a golpear la puerta y a gritar. Con el ruido que estaba haciendo cualquier vecino habría salido, pero nadie salía. De repente sentí un golpe en la nuca y me desmayé.

Cuando me desperté estaba dentro de la casa de mi novio y él estaba allí mirándome con cara de preocupado.

- Diana, ¿estás bien? – me dio un vaso de agua y me puso varios cojines detrás de la cabeza. No era capaz de decir nada así que me limité a beber agua – Pequeña, ¿Qué te ha pasado? Cuando he llegado te he visto tirada en el portal.

- Te he llamado mil veces, ¿dónde estabas? – busqué mi mochila por la cama para enseñarle las llamadas.

- No he recibido ninguna llamada tuya – Me enseñó su móvil – Tengo tu número nuevo. Me dijo Joel que tienes móvil nuevo. Anda que me llamas para ir a comprarlo. – Se rio y me miró a los ojos. Me dio un beso en la frente y se levantó de mi lado.

- Daniel, ¿están bien tus padres? ¿Dónde están? – Me levanté y miré en todas las habitaciones de la casa.

- Diana, por favor, siéntate y relájate – me sentó empujándome de los hombros – Mis padres están bien, se acaban de ir. ¿Me puedes decir que te pasa?

- Nada, nada. No te preocupes, estoy cansada. ¿puedo dormir esta noche aquí?

Me vio, me miró y me asintió con la cabeza. Me volvió a dar un beso en la frente y se fue de mi lado. Sacó de un cajón unas zapatillas y un pijama y me lo dio. Me llevó a cuestas hasta el baño y me dejó allí.

- Necesitas relajarte – Me señaló el váter – siéntate ahí, te voy a preparar un baño.

Me senté y le miré fijamente mientras abría el grifo de la bañera. Nunca me había parado a mirarle tan fijamente. Su pelo no terminaba de ser moreno. A simple vista lo parecía, pero fijándome podía ver algunos destellos dorados en algunos de sus cabellos. Llevaba varios días sin afeitarse, pero le quedaba genial la barba. No veía sus ojos, pero sí podía intuir sus pestañas. Eran tan largas que siempre me daban envidia aunque yo las llevase pintadas. Se giró y me sonrió. Tenía la sonrisa más bonita que había visto nunca. Verle así me reconfortaba después de estos días tan extraños que estaba teniendo.

- Está templadita, espero que te guste así – me cogió de la mano y me hizo que tocara el agua. Estaba algo caliente de más, pero no me importaba.

Seguí observándole. Llevaba una camisa que me encantaba. Era oscura, de manga corta y de tela vaquera, le quedaba muy bien. Le echó algo al agua que hizo que oliera increíblemente bien y me hizo una señal para que me metiera en el agua. Se levantó del suelo y se fue del cuarto de baño cerrándome la puerta.

Tras el baño y una cena muy rica no pude evitar sentir que me pesaba el cuerpo, necesitaba dormir ya, así que me acosté en su cama y me tapé con las mantas. Le vi mirar el ordenador un rato, pero en seguida se me cerraron los ojos. No estaba del todo dormida, pero no podía mantener los ojos abiertos por mucho tiempo más. Sentí como Daniel se levantaba de la silla y venía a darme un beso. Abrió un hueco en las mantas y se echó a mi lado. Segundos después me quedé dormida. Era increíble el día que había tenido. Esto de los malos días estaba empezando a ser una norma en mi vida. Necesitaba descansar. Necesitaba desconectar durante algún tiempo. Necesitaba desaparecer.

lunes, 13 de febrero de 2017

DÍA 5



Me levanté algo aturdida, me dolía la cabeza y me sentía pesada. Apenas había dormido 3 horas esa noche pensando en lo que había pasado el día anterior. Recordaba que Carlos me había dicho que vendría así que me senté en el sillón que había a la derecha de la puerta del salón y encendí la televisión. Cogí mi móvil para mirar la hora que era y vi que era muy temprano. Me eché la manta por encima y me quedé dormida.



Un par de horas más tarde me despertó el frío. Se me había caído la manta y estaba completamente destapada. Me levanté para cerrar la ventana que estaba abierta enfrente de mí. Me asomé para ver si había alguien en la calle, pero no había nadie. 

Mientras me preparaba el desayuno pensaba en las personas que me habían rodeado en la casa abandonada. Dijeron que eran entes, pero eso no aclaraba nada. 

Llamaron a la puerta y supuse que era Carlos, así que abrí. Al otro lado de la puerta se encontraba él, mirándome con cara de alivio. Parecía otra persona. Estaba muy bien vestido. Llevaba pantalones de vestir negros y una camisa remangada. Ahora que le veía más atentamente, no aparentaba tanta edad como me había parecido en las veces anteriores. Quizás tuviera unos treinta años o así, lo único que delataba su edad eran las canas de la barba. Le sonreí y le invité a pasar. 

Me senté con mi tostada justo enfrente de donde él se había situado en mi salón y me quedé mirándole esperando a que empezase a hablar. Viendo que no hablaba me decidí a preguntarle yo:


-          Carlos, lo de ayer… ¿Qué pasó? ¿Quiénes eran esos chicos?
-          Eran Clara y Samuel, son “entes” – dijo haciendo las comillas con las manos.
-          Eso ya lo sé, me lo dijeron, pero ¿qué querían de mí? – dije soltando la tostada de un golpe. No estaba siendo nada claro.
-          Querían volver al mundo de los vivos a través de ti.
-          Creo que necesito que seas más explícito.
-          Mira, Diana, es una larga historia, así que empezaré por el principio – me dijo dándome la espalda – Nosotros somos seres inmateriales, es decir, no existimos físicamente en el mundo en el que tú existes. Existen dos tipos de entes, que es como aquí nos llamáis. Están los perdidos, que son los que piensan que siguen perteneciendo al mundo de los vivos y quieren volver a él; y luego estamos nosotros, que somos los guardianes de personas como tú.
-          ¿Personas cómo yo? – dije cortándole.
-          Sí, personas como tú, con una capacidad especial que permite conectar los dos mundos. No necesariamente tiene que ser la capacidad de hablar con los muertos, cualquier habilidad especial vale para conectar un mundo con otro.
-          Oh, vaya – me sorprendí bastante, pero puse cara de indiferencia y mordí un trozo de mi tostada que se estaba quedando fría.
-          Sigo – dijo Carlos haciendo una pausa – Estos entes murieron en causas extrañas y se piensan que fue una causa injusta, así que intentan volver a la vida a toda costa. Nosotros, los guardianes impedimos que eso ocurra porque sería muy peligroso para la humanidad algo así. Imagínate, muertos que vuelven a la vida. Todo cambiaría drásticamente.
-          Ya me imagino – volví a soltar la tostada, estaba fría del todo y se estaba poniendo dura. Me bebí un sorbo de mi café.
-          Al igual que ellos buscan que les ayudes a volver al mundo de los vivos, nosotros necesitamos que nos ayudes a contenerlos.
-          ¿Cómo puedo ayudar? 


Carlos se sentó a mi lado y el sofá no se hundió ni un milímetro. Me miró y me quitó el pelo de la cara. Estaba a punto de comerme un pelo, así que se lo agradecí.


-          Deberás mantenerte firme e impedirles que te utilicen – me dijo entre risas – Suena simple, pero te aseguro que no lo es.
-          Mantenerme firme, lo haré.
-          Sí, además, puede que en algún momento intenten conseguir sus objetivos a la fuerza, y te digo que lo van a intentar más de una vez – su rostro cambió y se volvió sombrío – A partir de ahora vas a estar entre los dos mundos, Diana, espero que estés preparada.
-          Supongo que nunca se está preparado para algo así.


Carlos me deseó suerte y se levantó de mi lado para irse. Me escribió una dirección en un post- it que tenía encima de la mesa y se fue. Miré el post – it y me di cuenta de que ponía también una hora: 18:15.

Eran ya las seis y diez y no veía a nadie en la dirección que Carlos me había dado. De camino había pensado en miles de opciones de por qué quería que estuviera allí. Era una calle muy concurrida, así que me pareció raro que me citara allí. Cuando dieron las seis y cuarto vi aparecer a Carlos de lejos con alguien más a quien no conseguía distinguir. Sabía que era Carlos por el aura que desprendía. Ya conseguía  distinguirlo del resto de las personas después de todo. Miré el móvil para que pareciera que no llevaba más de veinte minutos esperando allí y cuando levanté la vista se encontraban enfrente de mi Carlos y, para mi sorpresa, mi mejor amigo. Le miré y me reí.


-          Carlos, no me digas que conoces a Joel. ¿Cómo no me habías dicho nada? – dije con el tono de sorpresa más intenso que había puesto nunca.
-          Diana, Carlos me ha dicho que te encontraste el otro día con un grupo de perdidos – Joel me hablaba cómo si lo supiera todo desde hacía años.
-          A ver chicos, ahora más que nunca necesito que me escuchéis – dijo Carlos serio. No se atisbaba ni la más pequeña sonrisa en su cara. 


Joel y yo nos sentamos en el banco mirándonos como si nos estuviéramos hablando para no despertar sospechas entre la gente que nos rodeaba. Carlos se encontraba justo enfrente de nosotros. Ahora que me fijaba, Joel hoy venía arreglado. Nunca le había visto así de bien vestido. Llevaba unos pantalones vaqueros que parecían ser nuevos, unas botas de color mostaza y una camiseta negra tapada con una chaqueta negra y un pañuelo negro. Se había recortado un poco la barba y su pelo estaba tapado con un gorro negro. 


-          A ver, chicos, escuchadme – dijo Carlos interrumpiendo mis observaciones. Hice el amago de mirarle pero Joel me llamó la atención para que no lo hiciera.
-          Dinos, Carlos, que tenemos que hacer – dijo Joel mirándome a mí.
-          A partir de ahora tenéis que ayudaros mutuamente. Los perdidos van a ir a por vosotros ahora que saben que pueden utilizaros para volver. Tenéis que protegeros el uno al otro. Usad vuestras habilidades para hacerlo.
-          Pero yo sigo sin saber cuál es mi habilidad – dije yo algo sobresaltada.
-          Ya te irás dando cuenta con el paso del tiempo. Te aseguro que la tienes, Diana. La tienes desde que eras un bebé, pero aún no has podido desarrollarla – Carlos me tocó el hombro y sentí una seguridad que últimamente sentía muy pocas veces.
-          Diana, a cualquier cosa que te suceda llámame – Joel me dio unas llaves y me sonrió ampliamente – Carlos y yo te hemos conseguido un piso en esta calle para que estés más cerca de mi casa. Acudiré siempre que me necesites, estemos donde estemos.
-          Tú tendrás que hacer lo mismo – Carlos se dirigía a mí, esta vez no pude evitar mirarle – Vuestras habilidades se complementan y necesitáis estar juntos para impedir a los perdidos que entren en este mundo, ¿lo comprendéis? – Ahora Carlos se dirigía a Joel- Acompaña a Diana a su nueva casa.
-          Sí, lo haré – mi amigo me cogió del brazo y me levantó del banco en el que estábamos sentados – vamos Diana, te va a encantar.
-          Y recordad, nadie más puede saber esto – Carlos me miró a los ojos – Nadie – su mirada era seria así que supuse que era mi deber no contárselo a nadie. 


Llegamos a la casa que me habían dicho, era un primer piso. Era muy pequeña, pero lo suficientemente grande para una persona. Al entrar a la derecha había un mueble de madera, era negro y muy cuadrado, pero quedaba muy bien con la pared blanca y lisa. Detrás había un espejo en el que me podía ver entera. Justo enfrente había una puerta que llevaba a la cocina. Tenía el tamaño perfecto para mí y no había muebles demasiado altos. El frigorífico era blanco y algo pequeño, pero se veía que era nuevo. Lo abrí y estaba completamente lleno de comida. La cocina estaba decorada con muebles blancos y la encimera era de mármol negro. Era una cocina muy acogedora. Había una planta muy grande en una esquina en una maceta negra. Joel me llevó hasta el salón que estaba a la derecha de la cocina. La puerta al salón era de madera oscura, pero tenía unos cristales que dejaban pasar la luz. Entré y vi un sofá pequeñito negro y una mesita blanca justo enfrente. El mueble que sujetaba la televisión era entero negro y la televisión era de un tamaño perfecto para mí, ni muy grande ni muy pequeña. Todo parecía nuevo. Olía a nuevo. Fuimos hasta la habitación y ahí fue cuando me enamoré completamente del piso. La habitación estaba completamente decorada. Había una cama de matrimonio con una colcha clara pero bastante gordita. En el cabecero había lucecitas pequeñas que daban la luz perfecta para el dormitorio. A los lados había mesitas blancas, completamente cuadradas. Tenían un cajón y debajo un hueco que usaría para poner algunos libros. Al fondo había una ventana y un escritorio blanco con una silla. Encima del escritorio estaba mi ordenador portátil. No comprendía como lo habían sacado de mi casa sin darme cuenta, pero allí estaba. A la derecha del dormitorio había un espejo que podría mover. A la izquierda un armario lo suficientemente grande para toda mi ropa. El suelo estaba cubierto por una alfombra que ocupaba toda la habitación. Era bastante suave y calentita. Podría andar descalza por toda la habitación. La simple idea me encantaba. 

Finalmente, al fondo del pasillo estaba el baño. Era todo blanco y tenía bañera. El váter estaba al lado del lavabo. Había un espejo bastante grande encima del lavabo y una pequeña estantería al lado de la bañera. La estantería ya estaba llena de toallas y de todas mis cosas del cuarto de baño. De nuevo, no entendía que hacían mis cosas allí, pero no le di importancia. Las toallas eran de colores, lo que hacía que me encantase cada vez más el cuarto de baño. Además, olía a frutas, era un olor dulce y fresco.


-          Espero que te guste tu nuevo piso – me dijo Joel con una sonrisa en la cara.

Le sonreí y le di un abrazo. Acto seguido me dio una caja de regalo. 


-          Esto te va a hacer falta, ábrelo.


Era un teléfono móvil, le miré y me negó con la cabeza. 

-          No te lo he regalado yo, eso ha sido de parte de Carlos, no sé cómo lo hizo, pero me dio el dinero justo para que te lo comprara. Ahora, me voy. Te dejo aquí para que descanses. En el móvil ya tienes mi número registrado y en la marcación rápida. También tienes el número de tu novio para contarle donde vives si quieres. Acuérdate – me dijo mirándome a los ojos – puedes decirle que te has mudado, pero no le digas nada de esto, ¿vale?
-          Vale, muchas gracias por todo.

Joel abrió la puerta de la salida, me hizo un gesto con la mano y se fue. Cerré la puerta y me fui a mi nueva habitación. Abrí el armario y vi que toda mi ropa estaba allí. Me dio la risa nerviosa y me acerqué al ordenador. Lo encendí y puse una película. Me puse el pijama y me acosté en la cama. Estaba tan cansada que no me dio tiempo a ver siquiera el principio de la película.

Una casa nueva, un dormitorio nuevo... Demasiado que asimilar

lunes, 6 de febrero de 2017

DÍA 4

Estaba lloviendo. Todos mis vecinos utilizaron los coches para ir a trabajar, así que quedaban dos en toda la calle. Todo estaba desolado. Me hice un café y lo calenté hasta el punto de que empezó a hervir. Me acerqué a la ventana pensando en todo lo que me estaba pasando últimamente. No sabía a qué o a quiénes se referían. Ni siquiera sabía quiénes eran ellos. Una mujer que no había visto nunca y el señor del chándal que llevaba siguiéndome meses. No era capaz de quitármelos de la cabeza. Me alejé de la ventana y me senté en el sofá. La televisión no funcionaba, y la estufa tampoco. No me quedó de otra, así que me vestí. 


Sentada al borde de la cama me quedé observando la ropa que tenía pensado ponerme. No había ningún jersey entre ella, así que pensé que pasaría frío. Busqué en los cajones un jersey que no fuera ni muy gordo ni muy fino, pero no encontraba ninguno. Cerré los cajones y abrí el armario. Elegí una sudadera azul marino que tenía dibujos y me la puse. 


Salí de casa cerca de las diez de la mañana. Tenía que ir a la tienda a comprar algo para hacer la comida. Cuando estaba ya lejos de mi casa, empezó a llover cada vez más fuerte y hacía mucho viento. Viendo que el paraguas no me tapaba de la lluvia lo cerré antes de que el viento lo rompiese. Me puse la capucha de la sudadera y aceleré el paso. No se veía nada con tanta lluvia. Estaba deseando encontrarme con alguien conocido para que me llevase de vuelta a casa. Compré todo lo que tenía que comprar y volví a casa. Cuando llegué estaba empapada, pero ya había vuelto la luz. Me quité la ropa mojada y me volví a poner el pijama. Colgué la ropa de una cuerda y la coloqué debajo de la mesa. Encendí la estufa y me acerqué a ella. Por fin entraba en calor. 

Cuando más a gusto estaba llamaron a la puerta. Con gran pesar me levanté del sofá y fui a ver quién era. Miré por la mirilla pero no vi a nadie. Abrí la puerta y había una nota en el suelo. La abrí y leí lo que ponía: 

“Te he visto mojarte, siento no haber podido hacer nada, pero había mucha gente a tu alrededor.
Espero que estés bien.
Nos vemos a las 5 en el parque de detrás de tu casa. No lloverá, tranquila.”

La nota no estaba firmada, así que pensé que sería Carlos. La doblé y la guardé en el bolsillo de mi pijama. Ya me estaba empezando a parecer normal que llamaran a la puerta y no hubiera nadie. Volvieron a llamar a la puerta al poco de cerrarla. Mi corazón se aceleró como siempre. Abrí la puerta. Esta vez sí era el cartero. Me traía un paquete y una carta. Lo cogí todo y me volví a mi salón. Cerré la puerta y busqué unas tijeras para ver qué contenía el paquete. Cuando volví con las tijeras, vi que el sobre llevaba mi nombre y ponía “URGENTE” escrito en bolígrafo rojo. Lo abrí y saqué un papel que estaba arrugado por las esquinas. Me fijé bien y vi que era un papel bueno y caro. Algo grueso y con un poco de relieve. 

“Diana, quedamos a las 5 en la terraza de la casa abandonada del final de la calle, es absolutamente necesario que vengas.
Sabrás como entrar cuando llegues.
Es urgente, no faltes.
Carlos.”

Ahora sí que estaba extrañada, si Carlos me había enviado esta carta, ¿quién había dejado la otra en mi puerta? 

Me senté en la primera silla que encontré en mi camino. Miré las dos notas. Una era muy parecida a la que había recibido la última vez, pero no tenía ningún nombre escrito. Sin embargo la otra estaba firmada por Carlos. No sabía muy bien que hacer, estaba realmente confusa. 

Cuando dieron las cinco menos cinco de la tarde salí de casa. Cerré la puerta sin llave y salí a la calle después de bajar las escaleras del rellano. Volví a mirar las dos notas que habían llegado a mi casa esa mañana, y me decidí por bajar a la casa abandonada. 

Al llegar allí, todas las puertas por las que se podía pasar estaban cerradas. Seguía lloviendo, pero esta vez no me importaba. Le di varias vueltas a la casa abandonada, pero no encontré por donde entrar. Entonces, cuando ya me había rendido y me dirigía de camino al parque para saber quién me esperaba allí, vi que había un pequeño agujero en las vallas de la parte izquierda de la casa. Pasé por el agujero y entré en la casa. Ahora estaba a la merced de la policía si me encontraban, así que esperaba que Carlos tuviera algo realmente importante que decirme. Necesitaba que empezase a darme respuestas, así que esperaba que ese fuera el motivo de su carta. La puerta de la casa estaba cerrada, pero había una nota doblada enganchada en el pomo. “Tienes la llave en el bolsillo” decía. Metí la mano en el bolsillo y la encontré enganchada a las mías. No me lo podía creer, ¿cómo había llegado eso hasta ahí? Abrí la puerta y entré en la casa. Estaba todo como si los dueños vivieran allí todos los días. Estaba muy limpia y los muebles estaban nuevos. En busca de las escaleras pasé por varias habitaciones y todas estaban realmente bien decoradas. Me sorprendía cada vez más el estado de esa casa. 

Al fin encontré las escaleras. Estaban oscuras y no había ninguna lámpara cerca. Encendí la linterna de mi móvil y apunté hacia arriba de las escaleras. Pude distinguir una puerta al final. Seguramente daba a la planta de arriba, la terraza. Subí a un ritmo rápido pero prudente, agarrándome a la barandilla para no tropezar. Encontré otra nota enganchada en la puerta, pero no quise leerla. Empezaba a estar cansada de este jueguecito. Abrí la puerta y salí a la azotea. Había dejado de llover, pero estaba todo embarrado. No lograba ver a nadie allí esperando, así que busqué algún sitio donde poder sentarme a esperar. Miré hacia fuera de la barandilla y sólo veía los naranjos que tenían plantados alrededor de la casa. Cuando volví la vista a la terraza vi a alguien a lo lejos. No era capaz de distinguir quien era. Me sentí muy cansada de repente, débil y sin fuerzas. Fuera quien fuese, me estaba haciendo encontrarme mal con su presencia.

Mi teléfono comenzó a sonar. Nunca lo llevaba con el sonido puesto, pero ese día tenía la esperanza de que alguien me llamase. Y lo hicieron. Miré la pantalla. Era un número desconocido, pero aun así lo cogí. 


-          ¿Quién es? – dije con un tono algo asustado.

-          Diana, te estoy esperando en el parque, ¿dónde estás? – Era Carlos, me hablaba preocupado desde el otro lado.

-          ¿Carlos, eres tú? ¿Con quién estoy entonces?

-          Diana, tienes que salir de ahí, dime dónde estás, que voy para allá.

-          Estoy en la casa…

Se cortó la llamada. Quien estaba conmigo era una chica de más o menos mi edad, me sujetó la muñeca y me levantó de donde estaba. Me miró a los ojos profundamente y sonrió.

-          Por fin te tengo, preciosa. No te preocupes, lo que menos quiero es hacerte daño.

-          ¿Quién eres? – se me entrecortaba la voz y no me quedaba saliva para tragar.

-          No hables, te veo ahora. Duérmete.



Me desperté, miré el reloj que había en la pared opuesta a mí, eran las seis y media de la tarde. Miré a mi alrededor, no conocía a nadie de los que me miraban, eran personas realmente extrañas. Todas iban muy arregladas, con trajes de chaqueta y vestidos de gala. La muchacha de la azotea se acercó. Era morena, y tenía el pelo muy largo, quizás le llegase por la cintura. Sus ojos eran negros y los llevaba pintados como si fuese a salir de fiesta. Sus labios eran gruesos y estaban pintados de negro. Me tocó el hombro con su mano, estaba realmente pálida y llevaba las uñas pintadas de rojo. 


-          Bienvenida, Diana. Sabía que este momento llegaría. Eres una de las pocas personas que pueden vernos.

-          ¿quiénes sois? – Se me cortaba la voz. No era capaz de decir nada sin temblar.

-          ¿Nadie te ha hablado de nosotros? – Dijo un muchacho que salía de la oscuridad para hablar. Era rubio, de un rubio muy claro, tenía los ojos tan oscuros que parecían negros, sus labios eran muy carnosos, pero los tenía morados, como si llevase mucho tiempo en el agua fría de la piscina– Oh, vaya, Carlos nos ha vuelto a traicionar.

-          Samuel, cállate, la estás asustando – Dijo la chica de la terraza.

-          ¿Podéis decirme que está pasando? ¿Quiénes sois? ¿Por qué estoy atada? – Dije alzando la voz.

-          Chica, chica, no grites, no es necesario. Que no estemos vivos no quiere decir que estemos sordos – dijo el muchacho poniendo la peor cara que había visto. Una mezcla entre enfado y asco.

-          Diana, mira, estamos en una reunión, somos “entes” o así nos llaman en tu mundo. Desde pequeña has podido vernos – Me dijo la chica de la terraza acercándose cada vez más a mi cara – No entiendo cómo te extrañas, llevas viéndonos toda la vida.

-          Va, Clara, sabes que tomaba pastillas. Todos pensaban que estaba loca, así que supongo que llevaba años sin ver a nadie – dijo el muchacho mirando mi bolso-.

-          Samuel, no seas entrometido, suelta eso – se alejó de mí y se acercó a él – la necesitamos, no seas irritante y compórtate – le dijo casi susurrándole al oído.

-          Venga, me comportaré, lo prometo – El tono con el que hablaba Samuel era algo sarcástico, pero Clara parecía más tranquila escuchándolo.

-          ¿Ha llegado ya Clara con la muchacha? – Se oyó detrás de una puerta.

Otra de las personas que me rodeaban se acercó a la puerta de la que provenían las voces y la abrió. Apareció un hombre mayor, vestido como si acabase de jugar al golf. Se acercó al centro del círculo que las demás personas habían formado para observarme y dio una vuelta a mi alrededor observándome.

-          Eres tú, Diana. ¿Te acuerdas de mí? – Dijo sonriéndome.

-          No, ¿debería? – dije ya dejando de temblar, quizás fuera la adrenalina lo que lo hacía, pero me sentía capaz de levantarme de la silla y salir corriendo.

-          Soy Elías. Me conociste cuando eras pequeña – me dijo sentándose a mi lado. No había sillas así que se sentó en una mesa que tuvo que mover para poner cerca de mí – Bueno, supongo que no te acordarás, cierto. Yo soy el motivo por el que tomas pastillas, morita mía. 


“Morita mía”. Claro, Elías. Era el hombre al que veía siempre en sueños de pequeña. O al menos eso creía. Esos sueños me dejaban tan confusa que no era capaz de afrontar la realidad. Llevaba años sin tenerlos, gracias a las pastillas que tomaba. Con los antidepresivos que me mandaba el médico conseguía estar más tranquila y no soñaba nada extraño. 

De repente empezaron a llamar a la puerta. Los golpes eran cada vez más y más fuertes. Los tres que estaban en el centro junto a mí se asustaron. Me miraron con cara de enfado y se miraron entre ellos exaltados. 

-          ¡Sujetad la puerta, no les dejéis pasar! – Gritó Elías. Me miró con el ceño fruncido – Luego hablamos morita mía. 

Poco a poco me iba quedando dormida, pero me dio tiempo para ver que quiénes entraban eran Carlos y la mujer que me había encontrado el día anterior en el callejón. Me sentía inútil por haberme dejado engañar por una simple firmita. Todo estaba muy confuso, borroso.

Me desperté en casa. Estaba echada en el sofá, tapada con una manta que no reconocía, pero era muy suave y calentita. Me levanté y busqué a alguien. Mi familia estaba dormida, y por lo que vi tenían un sueño muy profundo. Fui a la cocina para beber agua y vi que tenía preparado un vaso de leche y una galleta. Al lado había una nota escrita a mano: 

“Diana, tómate esto y vete a la cama, mañana será otro día. Iré a verte cuando pueda, pero, por favor, no salgas de allí si no es absolutamente necesario. Que descanses, buenas noches.”

En ese momento agradecí esa nota. Estaba empezando a reconocer la letra de Carlos, y no sabía si eso era bueno. Necesitaba respuestas, pero más necesitaba dormir y descansar. Me tomé el vaso de leche y me comí la galleta. Me fui a mi dormitorio, me puse el pijama y me acosté. Todo estaba empezando a ser muy oscuro, muy extraño.