lunes, 13 de febrero de 2017

DÍA 5



Me levanté algo aturdida, me dolía la cabeza y me sentía pesada. Apenas había dormido 3 horas esa noche pensando en lo que había pasado el día anterior. Recordaba que Carlos me había dicho que vendría así que me senté en el sillón que había a la derecha de la puerta del salón y encendí la televisión. Cogí mi móvil para mirar la hora que era y vi que era muy temprano. Me eché la manta por encima y me quedé dormida.



Un par de horas más tarde me despertó el frío. Se me había caído la manta y estaba completamente destapada. Me levanté para cerrar la ventana que estaba abierta enfrente de mí. Me asomé para ver si había alguien en la calle, pero no había nadie. 

Mientras me preparaba el desayuno pensaba en las personas que me habían rodeado en la casa abandonada. Dijeron que eran entes, pero eso no aclaraba nada. 

Llamaron a la puerta y supuse que era Carlos, así que abrí. Al otro lado de la puerta se encontraba él, mirándome con cara de alivio. Parecía otra persona. Estaba muy bien vestido. Llevaba pantalones de vestir negros y una camisa remangada. Ahora que le veía más atentamente, no aparentaba tanta edad como me había parecido en las veces anteriores. Quizás tuviera unos treinta años o así, lo único que delataba su edad eran las canas de la barba. Le sonreí y le invité a pasar. 

Me senté con mi tostada justo enfrente de donde él se había situado en mi salón y me quedé mirándole esperando a que empezase a hablar. Viendo que no hablaba me decidí a preguntarle yo:


-          Carlos, lo de ayer… ¿Qué pasó? ¿Quiénes eran esos chicos?
-          Eran Clara y Samuel, son “entes” – dijo haciendo las comillas con las manos.
-          Eso ya lo sé, me lo dijeron, pero ¿qué querían de mí? – dije soltando la tostada de un golpe. No estaba siendo nada claro.
-          Querían volver al mundo de los vivos a través de ti.
-          Creo que necesito que seas más explícito.
-          Mira, Diana, es una larga historia, así que empezaré por el principio – me dijo dándome la espalda – Nosotros somos seres inmateriales, es decir, no existimos físicamente en el mundo en el que tú existes. Existen dos tipos de entes, que es como aquí nos llamáis. Están los perdidos, que son los que piensan que siguen perteneciendo al mundo de los vivos y quieren volver a él; y luego estamos nosotros, que somos los guardianes de personas como tú.
-          ¿Personas cómo yo? – dije cortándole.
-          Sí, personas como tú, con una capacidad especial que permite conectar los dos mundos. No necesariamente tiene que ser la capacidad de hablar con los muertos, cualquier habilidad especial vale para conectar un mundo con otro.
-          Oh, vaya – me sorprendí bastante, pero puse cara de indiferencia y mordí un trozo de mi tostada que se estaba quedando fría.
-          Sigo – dijo Carlos haciendo una pausa – Estos entes murieron en causas extrañas y se piensan que fue una causa injusta, así que intentan volver a la vida a toda costa. Nosotros, los guardianes impedimos que eso ocurra porque sería muy peligroso para la humanidad algo así. Imagínate, muertos que vuelven a la vida. Todo cambiaría drásticamente.
-          Ya me imagino – volví a soltar la tostada, estaba fría del todo y se estaba poniendo dura. Me bebí un sorbo de mi café.
-          Al igual que ellos buscan que les ayudes a volver al mundo de los vivos, nosotros necesitamos que nos ayudes a contenerlos.
-          ¿Cómo puedo ayudar? 


Carlos se sentó a mi lado y el sofá no se hundió ni un milímetro. Me miró y me quitó el pelo de la cara. Estaba a punto de comerme un pelo, así que se lo agradecí.


-          Deberás mantenerte firme e impedirles que te utilicen – me dijo entre risas – Suena simple, pero te aseguro que no lo es.
-          Mantenerme firme, lo haré.
-          Sí, además, puede que en algún momento intenten conseguir sus objetivos a la fuerza, y te digo que lo van a intentar más de una vez – su rostro cambió y se volvió sombrío – A partir de ahora vas a estar entre los dos mundos, Diana, espero que estés preparada.
-          Supongo que nunca se está preparado para algo así.


Carlos me deseó suerte y se levantó de mi lado para irse. Me escribió una dirección en un post- it que tenía encima de la mesa y se fue. Miré el post – it y me di cuenta de que ponía también una hora: 18:15.

Eran ya las seis y diez y no veía a nadie en la dirección que Carlos me había dado. De camino había pensado en miles de opciones de por qué quería que estuviera allí. Era una calle muy concurrida, así que me pareció raro que me citara allí. Cuando dieron las seis y cuarto vi aparecer a Carlos de lejos con alguien más a quien no conseguía distinguir. Sabía que era Carlos por el aura que desprendía. Ya conseguía  distinguirlo del resto de las personas después de todo. Miré el móvil para que pareciera que no llevaba más de veinte minutos esperando allí y cuando levanté la vista se encontraban enfrente de mi Carlos y, para mi sorpresa, mi mejor amigo. Le miré y me reí.


-          Carlos, no me digas que conoces a Joel. ¿Cómo no me habías dicho nada? – dije con el tono de sorpresa más intenso que había puesto nunca.
-          Diana, Carlos me ha dicho que te encontraste el otro día con un grupo de perdidos – Joel me hablaba cómo si lo supiera todo desde hacía años.
-          A ver chicos, ahora más que nunca necesito que me escuchéis – dijo Carlos serio. No se atisbaba ni la más pequeña sonrisa en su cara. 


Joel y yo nos sentamos en el banco mirándonos como si nos estuviéramos hablando para no despertar sospechas entre la gente que nos rodeaba. Carlos se encontraba justo enfrente de nosotros. Ahora que me fijaba, Joel hoy venía arreglado. Nunca le había visto así de bien vestido. Llevaba unos pantalones vaqueros que parecían ser nuevos, unas botas de color mostaza y una camiseta negra tapada con una chaqueta negra y un pañuelo negro. Se había recortado un poco la barba y su pelo estaba tapado con un gorro negro. 


-          A ver, chicos, escuchadme – dijo Carlos interrumpiendo mis observaciones. Hice el amago de mirarle pero Joel me llamó la atención para que no lo hiciera.
-          Dinos, Carlos, que tenemos que hacer – dijo Joel mirándome a mí.
-          A partir de ahora tenéis que ayudaros mutuamente. Los perdidos van a ir a por vosotros ahora que saben que pueden utilizaros para volver. Tenéis que protegeros el uno al otro. Usad vuestras habilidades para hacerlo.
-          Pero yo sigo sin saber cuál es mi habilidad – dije yo algo sobresaltada.
-          Ya te irás dando cuenta con el paso del tiempo. Te aseguro que la tienes, Diana. La tienes desde que eras un bebé, pero aún no has podido desarrollarla – Carlos me tocó el hombro y sentí una seguridad que últimamente sentía muy pocas veces.
-          Diana, a cualquier cosa que te suceda llámame – Joel me dio unas llaves y me sonrió ampliamente – Carlos y yo te hemos conseguido un piso en esta calle para que estés más cerca de mi casa. Acudiré siempre que me necesites, estemos donde estemos.
-          Tú tendrás que hacer lo mismo – Carlos se dirigía a mí, esta vez no pude evitar mirarle – Vuestras habilidades se complementan y necesitáis estar juntos para impedir a los perdidos que entren en este mundo, ¿lo comprendéis? – Ahora Carlos se dirigía a Joel- Acompaña a Diana a su nueva casa.
-          Sí, lo haré – mi amigo me cogió del brazo y me levantó del banco en el que estábamos sentados – vamos Diana, te va a encantar.
-          Y recordad, nadie más puede saber esto – Carlos me miró a los ojos – Nadie – su mirada era seria así que supuse que era mi deber no contárselo a nadie. 


Llegamos a la casa que me habían dicho, era un primer piso. Era muy pequeña, pero lo suficientemente grande para una persona. Al entrar a la derecha había un mueble de madera, era negro y muy cuadrado, pero quedaba muy bien con la pared blanca y lisa. Detrás había un espejo en el que me podía ver entera. Justo enfrente había una puerta que llevaba a la cocina. Tenía el tamaño perfecto para mí y no había muebles demasiado altos. El frigorífico era blanco y algo pequeño, pero se veía que era nuevo. Lo abrí y estaba completamente lleno de comida. La cocina estaba decorada con muebles blancos y la encimera era de mármol negro. Era una cocina muy acogedora. Había una planta muy grande en una esquina en una maceta negra. Joel me llevó hasta el salón que estaba a la derecha de la cocina. La puerta al salón era de madera oscura, pero tenía unos cristales que dejaban pasar la luz. Entré y vi un sofá pequeñito negro y una mesita blanca justo enfrente. El mueble que sujetaba la televisión era entero negro y la televisión era de un tamaño perfecto para mí, ni muy grande ni muy pequeña. Todo parecía nuevo. Olía a nuevo. Fuimos hasta la habitación y ahí fue cuando me enamoré completamente del piso. La habitación estaba completamente decorada. Había una cama de matrimonio con una colcha clara pero bastante gordita. En el cabecero había lucecitas pequeñas que daban la luz perfecta para el dormitorio. A los lados había mesitas blancas, completamente cuadradas. Tenían un cajón y debajo un hueco que usaría para poner algunos libros. Al fondo había una ventana y un escritorio blanco con una silla. Encima del escritorio estaba mi ordenador portátil. No comprendía como lo habían sacado de mi casa sin darme cuenta, pero allí estaba. A la derecha del dormitorio había un espejo que podría mover. A la izquierda un armario lo suficientemente grande para toda mi ropa. El suelo estaba cubierto por una alfombra que ocupaba toda la habitación. Era bastante suave y calentita. Podría andar descalza por toda la habitación. La simple idea me encantaba. 

Finalmente, al fondo del pasillo estaba el baño. Era todo blanco y tenía bañera. El váter estaba al lado del lavabo. Había un espejo bastante grande encima del lavabo y una pequeña estantería al lado de la bañera. La estantería ya estaba llena de toallas y de todas mis cosas del cuarto de baño. De nuevo, no entendía que hacían mis cosas allí, pero no le di importancia. Las toallas eran de colores, lo que hacía que me encantase cada vez más el cuarto de baño. Además, olía a frutas, era un olor dulce y fresco.


-          Espero que te guste tu nuevo piso – me dijo Joel con una sonrisa en la cara.

Le sonreí y le di un abrazo. Acto seguido me dio una caja de regalo. 


-          Esto te va a hacer falta, ábrelo.


Era un teléfono móvil, le miré y me negó con la cabeza. 

-          No te lo he regalado yo, eso ha sido de parte de Carlos, no sé cómo lo hizo, pero me dio el dinero justo para que te lo comprara. Ahora, me voy. Te dejo aquí para que descanses. En el móvil ya tienes mi número registrado y en la marcación rápida. También tienes el número de tu novio para contarle donde vives si quieres. Acuérdate – me dijo mirándome a los ojos – puedes decirle que te has mudado, pero no le digas nada de esto, ¿vale?
-          Vale, muchas gracias por todo.

Joel abrió la puerta de la salida, me hizo un gesto con la mano y se fue. Cerré la puerta y me fui a mi nueva habitación. Abrí el armario y vi que toda mi ropa estaba allí. Me dio la risa nerviosa y me acerqué al ordenador. Lo encendí y puse una película. Me puse el pijama y me acosté en la cama. Estaba tan cansada que no me dio tiempo a ver siquiera el principio de la película.

Una casa nueva, un dormitorio nuevo... Demasiado que asimilar

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