lunes, 20 de febrero de 2017

DÍA 6

Estaba leyendo un libro tumbada en mi cama nueva. Supuse iba a pasar peor la noche, pero la verdad es que dormí muy bien, como hacía tiempo que no había conseguido dormir. Suspiré fuerte, cerré el libro, lo puse encima de la mesita de noche que tenía a mi derecha y me senté al borde de la cama. Tenía que llamar a mi novio para contarle donde vivía ahora. Abrí mi armario y me di cuenta de que la ropa que yo pensaba que era mía no lo era. Era todo completamente nuevo. En cualquier otra ocasión me habría alegrado, pero ahora estaba realmente extrañada. Cogí un pantalón negro y una camiseta de manga corta que había doblada al lado y me los puse. Los pantalones eran estrechos, pero muy cómodos y la camiseta era como a mí me gustaba, ancha por todas partes. Me puse las deportivas que estaban a los pies de la cama y salí al pasillo. Me pareció raro oler a tostadas, pensaba que estaba sola. Me acerqué sigilosa a la cocina y cuando entré me encontré a Carlos haciéndome el desayuno. Ya estaba empezando a acostumbrarme a su presencia, aunque todavía tenía ciertos reparos. Le miré pero hice como si fuera una persona cualquiera y cogí una taza del mueble. Fui al frigorífico y vi que había suficiente leche para mí y cinco personas más durante una semana.


- Me dijo Joel que te gusta desayunar leche fría cuando hace calor, así que la he metido toda en el frigorífico – Me dijo Carlos riéndose.

- Una pregunta – me giré a él y me quedé parada con el brik de leche en la mano derecha y la taza en la izquierda - ¿Cómo es que puedes coger cosas? En teoría no…

- Venga hombre – me cortó – ¿tú te crees que me morí ayer? – me dijo en un tono sarcástico que por un momento odié – llevo muerto más de 100 años, lo que pasa que me sé adaptar a las nuevas generaciones – dijo mientras se reía.

- Vale, pero eso no me explica por qué puedes usarlo todo como una persona normal – me eché la leche en el vaso y me bebí un sorbo esperando su respuesta.

- Mira, nosotros, con el paso de los años nos vamos haciendo más fuertes, y es cierto que estamos muertos, pero nuestra fuerza nos permite coger cosas y usarlas. ¿Nunca has oído hablar de cosas que levitan y todo eso?

- Sí, por supuesto – dije dándole otro sorbo a la leche sola y fría.

- Pues ya está – se rio a carcajadas y me dio una tostada.

Me comí la tostada sin hacer más preguntas y recogí los platos para que todo se quedase limpio antes de salir. Me fui hasta la puerta y cogí mi mochila del perchero. La abrí, pesaba más de lo que recordaba y vi mi móvil nuevo dentro y las llaves de mi casa nueva. Demasiadas cosas nuevas. Salí a la calle y un escalofrío recorrió mi espalda. Algo malo estaba a punto de ocurrir.

Andando hacia la calle de mi novio pasé por un callejón que, para ser de día, estaba realmente oscuro. Las casas estaban tan cercas unas de las otras, que las vecinas podrían pasarse la sal sin necesidad de sacar el cuerpo por la ventana. Pensamientos parecidos me abordaron y no pude evitar reírme.

De repente sentí que alguien respiraba detrás de mí. Me giré exaltada y se me aceleró el corazón. Nadie. No había nadie. Cerré los ojos y me llevé la mano al corazón. Respiré fuerte y me volví a dar la vuelta. Algo más calmada pero sin dejar de estar alerta empecé a andar, cada vez más rápido para salir de esa calle lo antes posible. Cuanto más rápido iba más larga parecía la calle, y cada vez más estrecha. Me puse de lado para poder pasar. Las paredes se estaban cerrando a mi paso. Tenía que correr más. No podía moverme, no podía pasar, la calle se había cerrado de repente por delante y no podía volver por donde había venido. Me senté en el poco espacio que me quedaba y encogí las piernas hasta que casi me apretaban el pecho. Empecé a oír voces, gritos y llantos, así que me tapé los oídos y empecé a cantar una canción que me sabía de cuando era pequeña. Poco a poco esos ruidos desaparecieron, pero mi fuerza también se fue con ellos. No era capaz de levantarme así que me tuve que apoyar en la pared. Abrí mi mochila y cogí el móvil para ver si podía llamar a Joel. El móvil se había bloqueado y no era capaz de encenderlo.

Miré a ambos lados de la calle, aún apoyada en la pared. La calle estaba normal, como cuando había entrado en ella. Además, yo estaba casi en la salida. Una señora mayor pasó por mi lado y se me quedó mirando con cara de preocupación:

- ¿Estás bien chiquita? – me dijo tocándome el hombro.

- Sí, muchas gracias, señora.

Me separé de la pared y terminé de salir de la calle. Tenía un mal presentimiento, y esto que había pasado no lo mejoraba. Llegué a duras penas a casa de mi novio y llamé a su puerta. No había señales de que hubiera nadie, así que me esperé sentada en un banco que había cerca de su casa. Tras casi una hora esperando decidí llamarle. No respondía. Le llamé más de 10 veces y no me respondía. Empecé a temerme lo peor, así que llamé a toda su familia. Nadie respondía. Me asusté y el corazón empezó a golpearme el pecho muy fuerte. Subí las escaleras aprovechando que entraba un vecino y empecé a golpear la puerta. Escuché que algo sonaba dentro, como un metal cayendo al suelo. Mi corazón se aceleraba cada vez más. Me separé de la puerta y llamé a Joel. Tampoco respondía. ¿Qué estaba pasando? No podía más, la angustia de no saber que pasaba dentro de la casa me estaba ganando terreno. Empecé a golpear la puerta y a gritar. Con el ruido que estaba haciendo cualquier vecino habría salido, pero nadie salía. De repente sentí un golpe en la nuca y me desmayé.

Cuando me desperté estaba dentro de la casa de mi novio y él estaba allí mirándome con cara de preocupado.

- Diana, ¿estás bien? – me dio un vaso de agua y me puso varios cojines detrás de la cabeza. No era capaz de decir nada así que me limité a beber agua – Pequeña, ¿Qué te ha pasado? Cuando he llegado te he visto tirada en el portal.

- Te he llamado mil veces, ¿dónde estabas? – busqué mi mochila por la cama para enseñarle las llamadas.

- No he recibido ninguna llamada tuya – Me enseñó su móvil – Tengo tu número nuevo. Me dijo Joel que tienes móvil nuevo. Anda que me llamas para ir a comprarlo. – Se rio y me miró a los ojos. Me dio un beso en la frente y se levantó de mi lado.

- Daniel, ¿están bien tus padres? ¿Dónde están? – Me levanté y miré en todas las habitaciones de la casa.

- Diana, por favor, siéntate y relájate – me sentó empujándome de los hombros – Mis padres están bien, se acaban de ir. ¿Me puedes decir que te pasa?

- Nada, nada. No te preocupes, estoy cansada. ¿puedo dormir esta noche aquí?

Me vio, me miró y me asintió con la cabeza. Me volvió a dar un beso en la frente y se fue de mi lado. Sacó de un cajón unas zapatillas y un pijama y me lo dio. Me llevó a cuestas hasta el baño y me dejó allí.

- Necesitas relajarte – Me señaló el váter – siéntate ahí, te voy a preparar un baño.

Me senté y le miré fijamente mientras abría el grifo de la bañera. Nunca me había parado a mirarle tan fijamente. Su pelo no terminaba de ser moreno. A simple vista lo parecía, pero fijándome podía ver algunos destellos dorados en algunos de sus cabellos. Llevaba varios días sin afeitarse, pero le quedaba genial la barba. No veía sus ojos, pero sí podía intuir sus pestañas. Eran tan largas que siempre me daban envidia aunque yo las llevase pintadas. Se giró y me sonrió. Tenía la sonrisa más bonita que había visto nunca. Verle así me reconfortaba después de estos días tan extraños que estaba teniendo.

- Está templadita, espero que te guste así – me cogió de la mano y me hizo que tocara el agua. Estaba algo caliente de más, pero no me importaba.

Seguí observándole. Llevaba una camisa que me encantaba. Era oscura, de manga corta y de tela vaquera, le quedaba muy bien. Le echó algo al agua que hizo que oliera increíblemente bien y me hizo una señal para que me metiera en el agua. Se levantó del suelo y se fue del cuarto de baño cerrándome la puerta.

Tras el baño y una cena muy rica no pude evitar sentir que me pesaba el cuerpo, necesitaba dormir ya, así que me acosté en su cama y me tapé con las mantas. Le vi mirar el ordenador un rato, pero en seguida se me cerraron los ojos. No estaba del todo dormida, pero no podía mantener los ojos abiertos por mucho tiempo más. Sentí como Daniel se levantaba de la silla y venía a darme un beso. Abrió un hueco en las mantas y se echó a mi lado. Segundos después me quedé dormida. Era increíble el día que había tenido. Esto de los malos días estaba empezando a ser una norma en mi vida. Necesitaba descansar. Necesitaba desconectar durante algún tiempo. Necesitaba desaparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario