lunes, 30 de enero de 2017

DÍA 3

Se había acabado el verano. Era la primera mañana que me despertaba sabiendo que tenía algo importante que hacer. Tenía que ir a averiguar algunos papeles, así que me levanté temprano. Me vestí bien, pero me puse las zapatillas más cómodas que tenía. Sabía que iba a andar o que iba a tener que estar de pie durante algún tiempo y no me apetecía nada que me dolieran los pies.

Cuando llegué a mi destino vi que no había nadie. Pensaba que aquello iba a estar lleno de gente, pero no, no había nadie. Entré en la secretaría del instituto y eché los papeles que tenía pendientes. Al terminar salí y me dirigí a una cafetería para desayunar. No me había dado tiempo a comer nada antes de salir y aún era temprano. Me desayuné una tostada y un café. La verdad es que el café estaba muy amargo, pero no me importaba, tenía el estómago vacío así que cualquier cosa me valía. 

Terminé mi desayuno, miré el reloj y vi que me daba tiempo a coger el autobús, así que me levanté y me dirigí a la parada. La plaza en la que estaba la parada estaba llena de personas que iban cada una a sus cosas, sin nadie mirar a nadie. Estaba todo el mundo con el móvil, sin excepción. Así que me puse a mirar yo también el mío. De repente, sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo. Me había invadido una sensación muy extraña. Hacía tiempo que no me sentía así, por lo menos un mes. Segundos después vi que alguien se bajaba de un autobús en una parada cerca de la mía y se sentaba a mi lado. Era él. ¿Qué quería? 

-          ¿Tienes hora? – me preguntó con una voz muy tenue.
-          Las 12 y diez – le dije mirando el reloj y sin mirarle a la cara.
-          Hacía tiempo que no te veía, ¿dónde te has metido estas últimas semanas?
-          ¿Perdona? – le miré sorprendida - ¿quién eres?
-          Por favor, no me digas que no sabes quién soy, nos hemos visto varias veces. Soy Carlos.
-          Me lo dices como si necesariamente tuviera que saber quién eres. Sé que me sigues de hace     tiempo. ¿Qué quieres?
-          Avisarte.
-          Avisarme… ¿de qué? – dije con la cara descompuesta.
-          De que vienen a por ti, ten cuidado de por dónde andas, y no te quedes mucho rato sola.
-          ¿Pero quién viene? 

Giré la cabeza para ver si era cierto que venía alguien y cuando volví a mirarle no estaba. ¿A dónde se había ido?

Me subí en el autobús. Me senté al fondo del todo, al lado de un chico al que conocía. Le tuve que mirar varias veces para saber quién era. Empezaba a odiar las gorras. No me dejaban ver las caras de las personas a simple vista. Me puse los auriculares y me puse la música al máximo. 

Cuando me bajé del autobús me quité los auriculares. No podía dejar de pensar en lo que me había dicho el señor del chándal, “Carlos”. Era un nombre demasiado común para una persona tan extraña. Fui andando lo más rápido que pude hasta llegar a mi casa.  Una vez allí encendí la televisión. Todo lo que ponían eran resúmenes de otros programas anteriores o series realmente antiguas, así que la apagué y puse música en mi ordenador. Empecé a hacer la comida y llamaron a la puerta. Supuse que era el cartero con un paquete, pero cuando abrí la puerta no había nadie. Alguien me habría gastado una broma, ¿o se había equivocado de puerta? No lo sé, solo sé que no había nadie. Cerré la puerta y seguí a lo mío. Al poco tiempo sentí que alguien decía mi nombre, como si lo gritasen desde la calle, así que miré por la ventana. Como era obvio, no había nadie. Estaba empezando a preocuparme. Fui a mi cuarto para mirar por la ventana que daba al patio interior para ver si había sido la vecina de abajo. Nada. Me fui a mirar cómo estaba la comida, la saqué de la sartén y la retiré del fuego. 

Escuché mi nombre varias veces más a lo largo de la tarde, pero mi madre parecía no escuchar a nadie. ME asomé repetidamente al balcón, pero no pasaba nadie por mi calle. Tenía las palabras de Carlos en la cabeza y estaba realmente asustada. No sabía qué hacer. 

Salí a pasear al perro. Estaba anocheciendo. Las farolas estaban empezando a encenderse. Había algunas personas en la calle, yendo para sus casas o para los bares. Mi perro corría de un lado para otro de la acera, estaba inquieto. Se paró en seco y empezó a ladrar. Me agaché para ponerle la correa y llevármelo de allí, pero salió corriendo antes de que lo hiciera. Me levanté del suelo y empecé a correr detrás de él. No lograba alcanzarle. Dobló la esquina de la calle y una mujer lo paró. Me lo sujetó hasta que le puse la correa. 


-          Gracias señora – le dije mientras sonreía y respiraba como si se me fuera a salir un pulmón.
-          Deberías tener más cuidado y no me refiero al perro.
-          ¿Perdona?
-          Ya vienen – me dijo mientras se alejaba en dirección opuesta. 


Me quedé paralizada. No entendía nada. ¿Quién venía? 

Me di la vuelta y tiré de mi perro. Parecía que no quería irse de allí, algo le tenía preocupado, al igual que a mí. 

Llegamos a casa y mi madre ya tenía la pizza hecha. Por lo que pude ver, había tardado más de una hora en llegar a casa. El tiempo había pasado volando. Le puse su comida al perro y me cogí un pedazo de pizza. Me senté en el sofá y miré el móvil. Tenía varios mensajes de mi novio, y no le había respondido a ninguno desde hacía más de tres horas. No le respondí. Abrí Facebook. Lo miré todo pero no vi nada. Bloqueé el móvil y lo dejé encima de la mesa. Miré a mi familia. Eran tan ajenos a lo que yo tenía en mi cabeza, que su tranquilidad me daba la paz que no encontraba dentro de mí. 

Me quedé dormida en el sofá viendo la película que estaban poniendo en la televisión. Mi padre me despertó cuando se fue a la cama y, según él, le había pedido que me dejase allí. Eran cerca de las tres de la mañana. Fui a mi dormitorio a acostarme y vi que mi perro había ocupado mi sitio. Me puse el pijama a oscuras y me tumbé en el poco hueco que me quedaba. Puse el despertador para el día siguiente porque sabía que no sería capaz de despertarme sola. Abracé a mi perro y me quedé dormida. No me dio tiempo a pensar en nada, simplemente me dormí.

lunes, 23 de enero de 2017

DÍA 2

Me levanté entusiasmada, hoy era el día en el que me iba a cortar el pelo. Llevaba años sin cortármelo y estaba un poco nerviosa. Me senté en el lado de la cama y me puse a vestirme. Ese día me arreglé porque la ocasión lo merecía. Desayuné y me quedé mirando la televisión durante, por lo menos, un cuarto de hora. Miré el reloj y vi que era la hora de irme.

Hacía ya una semana que había pasado lo de aquel señor que me encontré en la calle. Estaba tranquila pues no le había vuelto a ver y dudaba mucho volver a encontrármelo. Me senté en la parada a esperar al autobús. Ese día iba con tiempo de sobra, así que me lo tomé con calma.
Cuando me subí al autobús vi como estaba repleto de gente. No cabía ni un alfiler. Seguramente había habido convivencias de los boyscout y por eso había tantas personas. Me fui al final del autobús. Parecía que allí había menos alboroto y podría sentarme en un escaloncito a escuchar mi música.

Al llegar a la primera parada de la ciudad, todos los niños y los monitores se bajaron, y se quedó el autobús casi desierto. No sabía por qué esa sensación de soledad allí me ponía nerviosa. Me levanté del escalón para sentarme en un asiento que tenía libre a mi lado.

Estaba absorta en mis pensamientos cuando de repente escuché una voz que provenía detrás de mí. Era una voz muy grave, de señor mayor. Me asusté. Me recordó tremendamente lo que había pasado la semana anterior con el señor del chándal y no pude evitar pensar que era él. Me giré con cara de asustada y lo más lento que pude. Cuando me volví completamente y vi al señor de detrás de mí respiré profundamente. Era un vecino que conocía desde hacía mucho tiempo. Me estaba diciendo que se me había caído un papel del bolsillo al levantarme. Agradecida sonreí y me di la vuelta para mirar hacia delante.

El autobús se paró en una parada en la que normalmente no se suele subir nadie. Pero ese día se subió alguien. ¿Adivinas quién puede ser? Pues sí, ese hombre que tanto perturbaba mi estado de ánimo se acababa de subir. Se sentó en el primer asiento, el de al lado del conductor. Estaba inquieta, asustada, nerviosa. Menos mal que ya estábamos llegando a mi parada. Me bajé y me dirigí hacia la peluquería.

Las calles estaban repletas de gente. Había personas con mucha prisa y otras con no tanta. Llegaba un poco tarde a la cita de la peluquería, así que aceleré el paso. Iba esquivando a las personas que no llevaban prisa y de vez en cuando miraba hacia atrás para ver si alguien me seguía.

Al girar una esquina me choqué con alguien. Se me cayó el móvil al suelo, así que me agaché corriendo a cogerlo. Al levantarme miré hacia arriba y me quedé petrificada. Mi cuerpo se descompuso por completo. Se me encogió el estómago y el corazón me dio un vuelco. Era él. Me había chocado con el señor del chándal y del gorro de lana. Estaba paralizada. No sabía si pedirle perdón por haberme chocado o salir corriendo en la dirección opuesta. El hombre me cogió de los hombros y forcejeamos. En cuanto solté sus manos empecé a correr. Cuando llegué a la peluquería cerré la puerta desde dentro algo agitada. Las peluqueras se me quedaron mirando con cara de extrañadas pero en seguida siguieron a lo suyo. El resto de la mañana fue más o menos tranquila.
A la hora de comer, llamé a mi novio para ir a algún restaurante. Le conté lo que me había pasado y me miró con cara de preocupado. No creía que estuviera preocupado por lo que había sucedido. Su cara era más dudosa, como si la que estaba viendo cosas extrañas fuera yo, como si estuviera loca. Dejé el tema apartado durante la comida y me dediqué a comerme lo que había pedido. Estaba todo riquísimo seguramente, pero a mí me estaba sentando fatal. Tenía el cuerpo cortado. Tenía miedo y mi novio ni siquiera se creía lo que me estaba pasando.

Me levanté de la mesa para ir al lavabo. Quería lavarme las manos y una simple servilleta no me bastaba. Cuando entré por la puerta en la que ponía “ASEOS” vi que los cuartos de baño se separaban. El de las mujeres estaba a la izquierda y el de los hombres a la derecha. Entré en el que me correspondía. Me lavé las manos y aproveché para atusarme el pelo. Mi nuevo look me parecía un poco extraño todavía.
De repente, alguien llamó a la puerta y, acto seguido, una servilleta entró por la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo.

“Me ha costado encontrarte. Por cierto, bonito corte de pelo”

Cuando terminé de leer lo escrito en la servilleta, abrí la puerta ligeramente, esperando a ver si había alguien al otro lado, pero no vi a nadie. Salí y me guardé la nota en el bolsillo. Cuando llegué a la mesa le conté lo que había pasado a mi novio que me miró extrañado y me sonrió.

- A ver, enséñame esa nota – me dijo con cierto retintín.
- Claro – le dije mientras buscaba en mis bolsillos.

Tras un rato buscando la nota, me di cuenta de que no la tenía en ningún bolsillo, ni en el bolso siquiera. ¿Qué había hecho con la nota? Mi novio empezó a reírse. Me crispaba que se riese así, pero en cierto modo tenía razón. No tenía pruebas de que esa nota existiese, así que lo di por olvidado, aunque ya me estaba planteando eso de estar volviéndome loca.

Nos fuimos de compras para distraernos un poco y olvidar todo el asunto de la nota, el hombre siniestro y todo eso. Fue una tarde bastante divertida. Me reí mucho. Casi me olvidé de todo.

A la hora de coger el autobús de vuelta a casa, volví a sentir esa sensación de nerviosismo que había sentido antes. Me senté en la parada algo mareada y me abaniqué con un panfleto que me habían dado de una de las tiendas por las que pasamos. Cuando se me pasó el mareo miré a mi novio con cara de alivio y le pedí que me fuera a comprar una botella de agua mientras llegaba el autobús. Cuando llegó con la botella la abrí y me bebí el agua de un sorbo y le devolví la botella. Me encontraba realmente mal de repente.
Cuando llegó el autobús me subí y me senté en el suelo. Tenía los pies molidos de andar durante toda la tarde. Llegamos a una de las últimas paradas antes de salir a la carretera y se abrieron las puertas del autobús. Con el bullicio no vi a nadie subirse. Me puse los auriculares y me evadí completamente. Me quedé dormida por unos momentos, hasta que una vecina me dijo que ya estábamos llegando a nuestra parada. Me levanté, cogí mis bolsas y me acerqué a la puerta para salir. Ya no estaba mareada, pero me sentía muy cansada, exhausta, con ganas de echarme a dormir. Fui andando despacio hasta mi casa. El camino es de menos de 5 minutos normalmente, pero ese día me parecieron por lo menos 10. Me paré al principio de mi calle para quitarme los auriculares. Me estaban levantando dolor de cabeza, así que los guardé.

De manera que iba bajando por mi calle se iban apagando las farolas. Al principio pensé que era algo normal, porque no era la primera vez que pasaba eso, pero cuando se apagaron más de tres empecé a preocuparme. No sabía que estaba pasando. La calle estaba muy oscura, así que aceleré el paso. Increíblemente, la calle me parecía más larga de lo que en realidad es. Aceleré el paso un poco más, iba a todo lo que me daban las piernas. Empecé a correr cada vez más conforme se iban apagando las farolas. Llegué a mi portal y entré corriendo, cerré la puerta y respiré hondo. No entendía nada. Quizás era por mi malestar, pero me sentía cada vez más asustada. Subí hasta mi rellano. Fui a sacar las llaves para abrir la puerta pero no las encontraba. Miré por todos los bolsillos, por todos los recovecos del bolso, miré hasta dentro del monedero, pero nada, no las encontraba. Llamé al timbre, pero nadie me abría. No se oía la televisión. Volví a llamar varias veces al timbre, pero nada. Decidí sentarme en las escaleras. Llamé a mi madre para saber dónde estaba, pero me decía que estaba comunicando. Seguí buscando las llaves para ver si daba la coincidencia de que las encontraba en algún lugar en el que no había mirado.
Tras un rato me di por vencida. Decidí esperar a que mi madre llegara de donde estuviera.

Mi teléfono sonó. Era mi madre. Descolgué el teléfono y me lo coloqué en la oreja. No se oían nada más que interferencias. Se oía como una respiración muy suave.

- Mamá, ¿estás ahí? – pregunté sin obtener respuesta – mamá, ¿hola?, ¿mamá?

Viendo que no respondía colgué.
Escuché un sonido de llaves que procedía de arriba. Subí a ver si era un vecino, para pedirle que me diera un vaso de agua, tenía mucha sed. Pero lo que me encontré cuando subí no era un vecino, sino mis llaves. Las llaves de mi casa estaban en el último escalón del rellano de arriba. Las cogí, miré hacia los dos lados y no vi a nadie. Bajé corriendo, abrí la puerta y entré en casa. Cerré con llave y entré en el salón. Allí estaban mi madre y mi hermana. Las dos me miraron extrañadas.

- ¿Qué te pasa, cielo? Te veo un poco tensa – me dijo mi madre preocupada.
- Nada, ¿qué hora es? – dije yo, algo extrañada.
- Las diez menos cinco, llegas pronto hoy, ¿no?

Miré el reloj de mi muñeca y sí, eran las diez menos cinco. Me pareció realmente extraño. Llevaba por lo menos una hora en el portal, esperándolas, y no las había visto entrar. Me encogí de hombros y me fui hacia la cocina para hacerme la cena. Miré hacia la calle desde la ventana y vi como todo estaba normal. Las farolas estaban encendidas, no había nadie en la calle. Todo estaba como si nada hubiera pasado. Estaba realmente confusa. Me hice la cena y encendí el ordenador.

Esa noche, mi madre se acostó temprano. No echaban nada en la tele y estábamos muy aburridas. Empecé a desconectar todo lo que tenía en el ordenador para acostarme yo también, cuando de repente escuché un ruido que provenía de la calle. Fue como si algo se cayera al suelo y rodara. Como una chapa de metal. Me asomé a la ventana y no vi a nadie. Me dirigí hacia el balcón para poder ver mejor la calle y vi una sombra. Me asomé un poco más y le vi. Me quedé helada. Era él. El señor del chándal estaba allí abajo, sentado jugando con una chapa, mirando hacia arriba, mirándome a mí. Me retiré despacio de la barandilla. Cuando volví a mirar, ya no estaba. Me asusté, se me cortó el cuerpo y entré corriendo al salón. Me fui a la cama y me acosté vestida, sin siquiera ponerme el pijama.

No podía dormirme. Estaba realmente inquieta. Encendí mi móvil y empecé a leer el libro que tenía descargado.
Finalmente, tras un rato leyendo, el sueño me venció y me quedé dormida. “Mañana será otro día”, pensé.

lunes, 16 de enero de 2017

DÍA 1

Me senté al borde de la cama, me quedé mirando la pared que tenía enfrente. Me levanté poco a poco y me dirigí a la puerta de mi armario. Estaba abierta, aunque no me extrañó. La noche anterior había llegado muy tarde y la dejé abierta para no molestar con el ruido a los que ya estaban durmiendo. Cogí mi ropa y me vestí. Había quedado con mi mejor amigo, así que supuse que cualquier ropa me vendría bien. Me puse lo primero que pillé y salí a la calle. 

Normalmente habría salido sin tiempo de mi casa, pero ese día iba con tiempo. Llegué a la parada y me senté a esperar. Saqué del bolsillo de mi chaqueta mis auriculares y me los puse. Conecté la música a todo volumen y me puse a leer un libro que tenía descargado en el móvil. 

Al llegar el autobús me subí con toda normalidad. Estaba siendo un día muy normal. Me senté en el primer asiento del autobús. Estaba casi todo vacío, exceptuando a una persona. Un hombre con una chaqueta de chándal y un gorro de lana estaba sentado casi al fondo del autobús. 

Durante el trayecto subió más gente al autobús, pero ese hombre no se bajó. Estaba todo el rato mirando hacia abajo, como si se le hubiera caído algo al suelo. Le veía por el cristal que tenía el conductor detrás de él. Volví a leer mi libro. Me esperé hasta la última parada para ver donde se bajaba ese señor tan extraño, pero cuando me fui a bajar del autobús vi que no se había bajado aún. Se bajó por la otra puerta del autobús. Fui andando tranquilamente hasta otra parada para hacer trasbordo. No había mucha gente en la calle, así que era fácil distinguir a las personas. El hombre del autobús me siguió hasta la siguiente parada. Estaba completamente segura de que era él. Supuse que iría a algún sitio cercano al mío, por lo que no le di importancia. 

Me bajé del autobús y el hombre se bajó a la misma vez por otra puerta distinta. Quise comprobar si de verdad no me estaba siguiendo y le di la vuelta a la manzana. No le vi detrás de mí, así que supuse que ya se había ido. Llamé a mi amigo por teléfono y le pedí que viniera a por mí a la parada. Aunque parecía que no, estaba algo asustada. 

Cuando llegó, nos fuimos a un parque cerca de allí, le conté lo que me estaba pasando pero no me creyó. Me dijo que serían cosas mías y que necesitaba relajarme un poco. Fuimos a merendar a una cafetería. Al poco tiempo de estar allí sentados le volví a ver. Volví a ver a ese hombre, con su chándal y su gorro de lana. Hice como si no le hubiera visto y me tomé mi merienda. 

El hombre me estaba mirando, tenía la cara extraña, como cortada por el frío. Tenía los ojos oscuros y la nariz algo grande. Llevaba barba, algo canosa y muy corta. Empecé a asustarme y se lo comenté a mi amigo. Le señalé la dirección en la que estaba con un gesto y una mirada. Me dijo que él no veía a nadie y fue cuando empecé a preocuparme. ¿Me había vuelto loca?


Al pasar ya un par de horas, me volví de camino a la parada del autobús. Quería volver a mi casa y olvidarlo todo. Todo el camino hasta mi casa fue normal. Sin embargo, cuando me iba acercando a mi casa, me encontré con ese hombre de nuevo subiendo por la cuesta de mi calle. Decidí dar la vuelta e intentar llegar a casa por abajo. Fui corriendo hasta la puerta de mi casa. Le había perdido de vista. Subí a mi casa y me asomé a la ventana. Para mi sorpresa no estaba allí. Así que me relajé. Tras un día cansado, solo me apetecía cenar y acostarme. No me podía creer que me sintiera así. Mi amigo no le había visto esa tarde. Quizás fuera una imaginación mía. 

Me terminé la cena, me lavé los dientes y me acosté. Estaba realmente cansada, así que me dormí enseguida. Estaba deseando que se terminara el día…